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Mostrando entradas de agosto, 2013

Los dos reyes

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Los dos reyes y los dos laberintos de Jorge Luis Borges Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides

Orar es un diálogo

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Tenemos muchos errores acumulados en nuestra memoria. Es como una montaña que nos impide ver los resplandores del sol de la verdad. Y esos errores toman la forma de prejuicios que se pegan a los ojos como escamas. Con esa ceguera inadvertida es imposible que veamos las bondades de las personas, del mundo y de Dios. Hoy quiero detenerme en esa relación que el ser humano establece con su Creador y que definimos como oración. Pero resaltaré todo aquello que no es orar y es causa de muchos procederes equivocados ante la presencia de Dios. Espero no me confundan con un puritano o con un fanático religioso. Siempre procuro que mis reflexiones sean objetivas y apartadas de los credos religiosos particulares que los humanos muchas veces pretenden imponer. En Secretos de los triunfadores , libro de mi autoría, manifesté que muchas son las religiones y sectas que se presentan, pero no existe más que un solo Dios. Es a Él a quien debemos buscar y relacionarnos a través de la oración.  Un

De la avaricia y la vanidad

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Si hay defectos que anulen la grandeza humana la lista comienza con la vanidad que lleva a la prepotencia y la avaricia que conduce a la mezquindad.  Y si buscamos sus raíces, la luz del entendimiento señala el camino de la egolatría de cuyas aguas putrefactas se alimentan. No se puede ser vanidoso sin tener un exceso de confianza en lo efímero de la vida humana. Y nadie puede reclamar la posesión del mundo sin tener en abundancia las insensatas ideas de su presencia inmortal en este mundo cambiante y de la eterna soledad donde reine sin la perturbación de las voces ajenas. Los demás pueden evidenciar esa especie demencial, pero quien padece y ostenta tales vicios parece ciego e insensible ante ellos. Por el contrario cada día procura aumentar el tamaño de su figura ilusoria y al hacerlo los demás le parecen más pequeños que los habitantes liliputienses. Sus riquezas nunca alcanzan límites y como Midas, todo lo desea convertir en oro. Los valores ajenos desaparecen y sólo repa