De la avaricia y la vanidad
Si hay defectos que anulen la grandeza humana
la lista comienza con la vanidad que lleva a la prepotencia y la avaricia que
conduce a la mezquindad. Y si buscamos
sus raíces, la luz del entendimiento señala el camino de la egolatría de cuyas
aguas putrefactas se alimentan. No se puede ser vanidoso sin tener un exceso de
confianza en lo efímero de la vida humana. Y nadie puede reclamar la posesión
del mundo sin tener en abundancia las insensatas ideas de su presencia inmortal
en este mundo cambiante y de la eterna soledad donde reine sin la perturbación
de las voces ajenas.
Los demás pueden evidenciar esa especie
demencial, pero quien padece y ostenta tales vicios parece ciego e insensible
ante ellos. Por el contrario cada día procura aumentar el tamaño de su figura
ilusoria y al hacerlo los demás le parecen más pequeños que los habitantes
liliputienses. Sus riquezas nunca alcanzan límites y como Midas, todo lo desea
convertir en oro. Los valores ajenos desaparecen y sólo repara en las bases
sólidas de los edificios donde guarda sus tesoros.
La avaricia, con el paso de los años se
convierte en enfermedad terminal y nada bello resulta útil para curar a quien
la sufre. Las deformaciones son tantas que sólo otros avaros pueden
reconocerlas en sus semejantes para apoderarse de los bienes que los moribundos
dejen. Estos esclavos de la riqueza sostienen que acumular es la mayor acción
humana y vigilar, una gran preocupación para justificar el vivir. Al final,
cuando la muerte viene por ellos sus tesoros pasan a manos de otros que muchas
veces ni valoran lo adquirido y pronto los despilfarran. Los avaros, como los
cerdos, sólo son útiles cuando están muertos. Mientras están vivos causan asco
y hasta náuseas.
Pero a la avaricia la acompaña como si fuera
gemela, la vanidad. Es fácil hallarla sentada aplaudiendo y llenando de fatuas
ilusiones a quienes cifran su importancia en cuanto poseen. Dueños de bienes
materiales desprecian los valores del espíritu. Niegan la existencia de Dios
porque para ellos no puede existir alguien que los supere. Por eso su religión
no puede ser otra que la egolatría y su conocimiento halla en el conteo las
mayores delicias.
Para el vanidoso la gloria emerge de su
presencia y los demás son afortunados al contar con él. Procura que su nombre
se halle en la entrada de la casa y que nadie olvide al salir que es la única
que brilla en el contorno. Su vida gira en torno a la rutilante apariencia y
ninguno puede comparársele sin caer en la ridiculez de la pretensión hostil. La
fantasía de su vanidad, con los años le lleva a los aposentos lóbregos de la
soledad que acompaña a los espíritus huraños. El vanidoso, contrario a lo que
se piensa, siente celos de quienes pretenden acercársele. Y no falta quien
medita sobre la pompa de su funeral como si de ese acontecimiento su alma se
gozara.
Para finalizar se debe tener presente que
avaricia y vanidad son insaciables y quien las padece se entrega a sus
seducciones como oveja a los esquiladores. Pero contrario a este noble animal
que su lana viste a príncipes y reinas, ellos sólo esperan que su muerte
atraiga sobre su tumba elogios y aplausos que eleven sobre el olvido natural
que sigue al silencio del sepulcro, la grandeza de la cual carecieron por su
petulancia y tacañería.
En ese mundo de insolente fantasía que crean
la avaricia y la vanidad todo parece real cuando en verdad no existe otra cosa
que la apariencia. Es ésta la que oculta
que todo pasa y sólo queda la intención de ser generoso y humilde en un mundo
donde el dinero es poderoso y atrayente y la moda que se impone es la lujuria
del cuerpo que desafía a la muerte que todo lo aniquila e iguala.
Ya esta en las librerías la Tercera Edición de Secretos de los Triunfadores. Gracias a todos mis lectores por apoyar esta obra donde los valores son los protagonistas.
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