La alegría de la vida.
Algunas noches, cuando sale la luna desafiando los contornos oscuros de las crestas de oriente, recuerdo aquellos tiempos hermosos de mi vida en casa de los abuelos. Al terminar la jornada de recolección del café nos sentábamos en círculo para escuchar leyendas, versos y canciones. Apenas habíamos cenado y las chicharas habían finalizado su concierto, los obreros más diestros en la interpretación de las guitarras y tiples comenzaban una verdadera competencia para entregar lo mejor de sus repertorios a sus leales amigos y familiares. La brisa cálida parecía bailar siguiendo el ritmo de cumbias y paseos. Fue así como entré en contacto con esas páginas de la historia heterogénea y abundante de la música colombiana. En esas veladas nadie tenía que invitar sino que se consideraba una obligación asistir a una o dos horas de verdadera alegría. Nadie necesitaba de alcohol para elevar el ánimo; bastaba el olor de l...