El niño y la cicatriz
La cicatriz de su rostro causaba repugnancia, pero lo hacía único. Sus compañeros en la escuela no hablaban con él ni lo buscaban para que jugara con ellos. Si los niños, sin poder evitarlo lo veían, expresaban su disgusto con palabras y los más comprensivos, con gestos. La cicatriz, no era su culpa, estaba allí sobre su cara y hasta los más pequeños afirmaban que era fea y lo rechazaban. Los padres de familia más influyentes solicitaron una reunión con el director para buscar una solución al problema. Algunos sugirieron que el niño de la cicatriz no volviera al salón de clases para que no asustara a sus compañeros y les permitiera estudiar y jugar sin temor a encontrarlo en un rincón como un bicho. El caso es necesario, dijo el director, para congraciarse con los padres, se debe debatir en el consejo directivo. Después de una prolongada reunión, el consejo directivo llegó a la conclusión de que por ley el niño no podría abandonar la escuela, pero se debía convencer al niño de la cic...