El verdadero conocimiento.
Tomemos nuestro ser para hacer de él una metáfora. Imaginemos que somos un árbol. Contemplémoslo solitario en la inmensidad de la llanura. Pongamos sobre él un cielo gris y ocultemos el sol hasta dejarlo a baja luz. Seguramente que si hacemos de esta imagen una vivencia comenzamos a sentir temor y miedo ante esa soledad que enferma y entristece. También podemos cambiar el escenario y arrebolar las nubes del horizonte y hacer del cielo un lago azul. Sembrar pastos verdes, trigales y flores a la vera del camino. Y toda esta magia es poesía como la que en Molinos de Fuego hallas. Pero la sensatez nos dice que la vida cotidiana tiene de los dos paisajes imágenes abundantes y dispersas que por más que nos esforcemos no podemos cambiar, pero sí mitigar. Para conseguir este propósito y vivir el gozo de la armonía es condición indispensable el conocimiento del ser humano, pero no de la manera como lo estudia el médico o el profesional de la psicología sino esa certeza que nos viene del ...