El día E

Efraín Gutiérrez Zambrano
Publicado en La Tribuna, edición de Abril de 2015

El pasado 25 de marzo, Colombia agregó el día E a su calendario de actividades escolares. Desde el Presidente de la Republica hasta el más humilde de los profesores debían hacer un alto en el camino y dedicarse a reflexionar sobre la calidad de la educación. Y me consta que el primer mandatario lo hizo en compañía de su ministra de educación, pero no fue así en todas las instituciones educativas. Muy temprano pude ver que muchos colegios no se habían enterado del contenido del Decreto 0325 de febrero 25 de 2015, según el cual la jornada pedagógica era obligatoria y los estudiantes tenían un día de asueto más. No quiero entrar aquí a presentar nombres porque cada colegio, liceo o gimnasio y, en particular cada rector, sabe de la seriedad y profundidad con que se abrazó la iniciativa ministerial.   
Entre los profesores y profesoras de las instituciones educativas que aceptaron el reto de planear estrategias para hacer de nuestra patria la más educada en el 2025, como era de esperarse no todos y todas tenían claro los objetivos de tan loable ejercicio y cuya semejanza con un equipo de fútbol dejó a la luz del día que no todos estaban dispuestos a sudar la camiseta.
Para no conjeturar me di a la tarea de caminar y hablar con los protagonistas de las acciones del día E. Así tuve la oportunidad de escuchar de labios de una profesora que mejorar la calidad de la educación beneficiaba sólo a su rectora y a sus directivos docentes. No faltó el profesor que se extendió en el discurso de la desobediencia civil porque eso no era más que una cortina de humo levantada por la dirigencia política, ahora encabezada por la ministra. Dialogué con la directora de un colegio privado y me dijo que era el colmo de la insensatez de nuestro gobierno creer que por decreto se puede mejorar el desempeño de los muchachos y muchachas que hoy tienen otras motivaciones, menos la de estudiar. Un padre de familia, arrugando la frente y dando a sus palabras un tono agresivo, sólo se limitó a expresar que esa era otra excusa para no dictar clase como si la educación de Colombia fuera de las mejores del mundo. Una muchacha de ojos vivarachos, mirándome extrañada, me contó que en su colegio lo que hicieron fue regar las plantas del jardín como actividad ecológica en defensa del agua.
Con este panorama, yo, una persona que dediqué mi existencia a cumplir la obra de misericordia de enseñar a quien no sabe, no puedo quedarme perplejo y boquiabierto.
Lo que pasa es que aquí la temática de la calidad de la educación se mira como si fuera un cachivache. En los colegios privados, y me refiero a la mayoría, el rector y propietario estima en más valor asegurar una batería de baños que la capacitación de los profesores. Este rubro no se contempla en el presupuesto. En las instituciones educativas de los entes estatales es evidente la falta de compromiso de muchos docentes que ni un minuto extra le dedican al seguimiento de las conductas equivocadas de sus estudiantes. En la familia no existe el compromiso del acompañamiento continuo y permanente del proceso de aprendizaje de los hijos porque papá y mamá tienen que salir a trabajar para reunir para los gastos que demanda el presupuesto familiar. Los profesores y profesoras tienen que asumir una actitud estoica para levantar la frente y mirar a una sociedad indolente con quienes hicieron de la enseñanza su profesión. Los muchachos, sedientos de innovaciones tecnológicas, bucean en la superficie de una panacea interconectada, según ellos, que reemplazará a la educación y a los libros y por eso casi todo se lo preguntan a internet.
Sin embargo, aún tengo fe en la educación y considero que ella es la llave que abre las puertas que conducen a la prosperidad, pero se necesita que de ella no haga el gobierno y los propietarios de las instituciones educativas la última de las prioridades y que la familia no deje a la escuela la responsabilidad de enseñar lo que debió aprenderse en casa.                 

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