Autenticidad, un reto para una sociedad

Autenticidad, un reto para una sociedad que hizo de la hipocresía un paradigma de falsa ética.

Las personas suelen confundir autenticidad con fidelidad a sus principios. Hay quienes afirman que viven sus propios principios y valores y que este conjunto de ideas éticas no son negociables porque escapan a la esfera del comercio. Y eso está bien si la escala de valores es universal y acorde con los más altos ideales de la sociedad feliz y pacífica a la que aspiran las naciones civilizadas.

Pero hay un problema con esa confusión como lo hay con todo aquello que no sea claro y distinto para hacer uso de esos dos adjetivos que acuñó Descartes como características de la evidencia. El verdadero problema se halla en el centro del yo, es decir, en los sentimientos e ideas que emergen desde la interioridad. Aquí lo importante es la sinceridad para contestar a la pregunta que los demás nos hacen: ¿Cómo te sientes? ¿Cómo te sientes cuándo sabes que hay personas que se acercan a ti con intereses mezquinos y faltos de comprensión humana?

La autenticidad, para ir soltando el cordel a la cometa que nos ocupa, es un comportamiento que nace de las relaciones con los demás y del diálogo interior con nuestro propio yo que exige una postura o posición en el tejido social humano. Es reflejar una luz que supere el ambiente egocéntrico de nuestra naturaleza proclive al individualismo.
En consecuencia, autenticidad significa sentirnos cómodos y también la capacidad para ver los ojos limpios o turbios de quienes a través de las palabras y los actos se conectan con nosotros. No se puede ser auténtico sino se tiene el valor de confrontar al otro para felicitarlo por sus aciertos y minimizar sus errores que como humanos todos cometemos. La autenticidad es fruto de la comunicación asertiva donde la oportunidad y el respeto son su base. La autenticidad exige no sólo la tolerancia sino también el ejercicio de la justicia para darle serenidad a la conciencia. La autenticidad no puede resplandecer en los hipócritas y megalómanos que siempre desean el poder para sentirse superiores. La verdadera autenticidad no sólo acepta las limitaciones propias, sino que examina las ajenas con un corazón bondadoso y humilde.

Los muchos años de mi experiencia profesional como educador me permiten hablar de los hechos como desde un púlpito de ejemplos. Un día hablaba con uno de los estudiantes responsables del gobierno estudiantil que para el caso llamaré Empédocles. Cuando se acercaron varios de sus compañeros de curso preguntó  qué pensábamos de él. Su pregunta nos tomó por sorpresa, pero ante su insistencia motivé a los demás a responderle. “Una rubia, de ojos marinos, de asombrosa facundia y honesta actitud le dijo: eres guapo, inteligente, ambicioso y apasionado por el estudio. Pareces tener siempre respuesta para todo, pero percibo que no son tus respuestas sino las de otros que te han influenciado con sus libros o con sus vidas. Te siento como diciendo un libreto aprendido para la escena diaria.  Te confieso que a veces me aburres con tus ideas poco sinceras, aunque sean verdaderas para otros. Lo que quiero escuchar es el sonido de tu mundo a ver si se parece al mío. Tengo curiosidad por saber si otras personas de las que aquí se hallan poseen una imagen semejante a la que acabo de describir sobre ti.”  Respuestas parecidas confirmaron lo dicho.

Al finalizar el año lectivo, el día de su grado, como el orador de turno por parte de los graduandos, expresó que la mejor lección para su vida la había recibido de una de sus compañeras motivada por un profesor que los exhortaba a ser auténticos.  
A mis manos, no hace muchos meses, llegó una fotografía, donde se le veía en una reunión de líderes juveniles, acompañada de una carta donde este estudiante talentoso agradecía el apoyo brindado por el colegio y pedía permiso para dictar una conferencia a los estudiantes de último grado sobre la importancia de ser uno mismo en la vida profesional.
En su charla habló de la integridad y la confianza en sí mimo y en los demás. de la responsabilidad en los equipos de trabajo, del coraje que se requiere para decir lo que se piense sin esperar congraciarse con los presentes, sin preocuparse si los demás es eso lo que desean oír sino en la honradez intelectual para denunciar el error y la magnanimidad para comprender las equivocaciones a las cuales los lideres deben brindar oportunidades para corregirlas. Destacó que no se debe hacer fuerza en las palabras si no hay vehemencia en los ejemplos de vida.
En los primeros asientos hacia el centro de la sala de conferencias vi a la rubia de ojos marinos que lo escuchaba con suma atención como si fuera la primera vez que lo viera. Al despedirse de mí la exalumna se limitó a decir: Es ahora mi esposo de quien puedo decir que todos los días se esfuerza en brillar y ser transparente como los finos diamantes.     


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