Deseo hacer una pregunta.
Por Efraín Gutiérrez
Zambrano
Muchos señalan como
culpable al sistema educativo por la muerte académica de muchos niños (y últimamente
se suman una gran cantidad de niñas) que se hacen adultos sin graduarse como
bachilleres. Y lo que es peor, engrosando el número de los potenciales delincuentes
que son el azote de barrios y ciudades.

Con un observador
abultado que más parece un prontuario y habiendo respetado el debido proceso con
rigor, cuando no se puede hacer nada más se le niega la entrada al colegio o liceo.
Para suavizar las cosas se les dice a los padres o acudientes que el muchacho
no se pudo adaptar a la institución y le fue imposible acatar las normas del
manual de convivencia. Que lo mejor es buscar cómo recuperarlos en casa.
Pero el fracaso
escolar conduce a la soledad. En esas familias no hubo acompañamiento en los
primeros años y ahora, que son expulsados no hay quien los atienda y les enseñe
la necesidad de las normas y la riqueza del conocimiento.
La realidad es una
tormenta ante los padres separados o con ambos en el trabajo. Puertas y ventanas
llevan hacia la calle y al consumo de drogas.
Los niños expulsados
son en su mayoría de familias disfuncionales, de economía
precaria que rondan en la miseria y donde no hay quien se comprometa con el aprendizaje
de los niños cuando más lo necesitan que son los primeros 12 años de la vida
La escuela debe trabajar
más estrechamente con la familia y es necesario que el Estado apoye la
exigencia y cumplimiento de normas claras en casa. Educar al niño es el mejor
plan de seguridad que se pueda implementar en un municipio o ciudad. Con leyes permisivas
en favor de la conducta errónea, los padres que amonestan a sus hijos son
peligrosos y los profesores exigentes, una gran amenaza para la mediocridad y
la criminalidad. Una política tan equivocada jamás disminuirá el número de cárceles
y el trabajo de los reformatorios.
Para evadir este
oscuro panorama de muertos en vida, los talleres para padres deben ser prioridad
de las instituciones que buscan la excelencia de sus estudiantes. Es necesario
convencer a padres y acudientes que su presencia en la escuela es valiosa para
conseguir los resultados claves de que hablan los expertos en calidad. En esos talleres se les debe mostrar que el exceso
de protección es el mejor camino a la inutilidad del ser humano. Pero es
lamentable que a su convocatoria sólo asistan los acudientes de los estudiantes
que menos lo necesitan porque la gran mayoría los considera una pérdida de
tiempo. Debieran recordar que en la bella obra El Principito su autor dice que lo que hace diferente a su flor es
el tiempo que le dedicas. Y líneas atrás ha escrito: Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no
tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes.
Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos.
Si quieres un amigo, domestícame!
Domesticar en el
buen término es amar de verdad a los hijos. Corregir y hacer que los niños vivan
ocupados haciendo trabajos que no incrementen el consumo de celulares y
tabletas da resultados inesperados en favor de la convivencia social. Un
castigo moderado, oportuno y de acuerdo con la edad es una buena demostración
de amor. El amor verdadero no es permisivo; es exigente. Niños de distintos niveles educativos y
circunstancias personales, pero bien educados con amor y firmeza son un orgullo
para la familia y el país. La firmeza y claridad de las normas en los primeros
años fomenta la resiliencia y el espíritu de superación sin los cuales es
imposible llegar a primaveras longevas.
Tom Bennet, autor
de un informe gubernamental sobre la disciplina en los centros escolares de Inglaterra,
afirma: Es verdad que las expulsiones no
sirven de mucho para el niño, no son terapia, pero es un respiro para la clase
y para el colegio, especialmente si la indisciplina era severa y violenta, con
insultos y peleas.
Corregir y señalar
el camino correcto no es excusa para ser violento y vulgar.
Las palabras tiernas
y sinceras son un gran estímulo hacia la excelencia humana.
Alberto Royo,
profesor y autor de Contra la Nueva Educación,
se une al debate al decir que el castigo no
solo puede servir para que un alumno reaccione. Añade luego: También sirve o puede servir para proteger a
los alumnos que sí quieren aprender.
Pero no se puede
negar que hay orientadores escolares que defienden la permisividad. Profesores
sin compromiso cuya labor se limita a transmitir conocimientos y no establecen
normas claras y precisas para que sus estudiantes conozcan el poder de la
disciplina, la perseverancia y el esfuerzo personal que hicieron grandes a los triunfadores
de la humanidad. Son estos profesionales los continuadores de una mala crianza
que finalizará en tragedia personal y colectiva.
Solo tengo una pregunta
que espero me ayuden a resolver mis lectores: ¿Estoy equivocado?
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