Quipile resucita la música tradicional colombiana.
Efraín
Gutiérrez Zambrano

Llegar
a Girardot, a su parque principal, el de Bolívar, fue esta mañana un encuentro
con la vida y la muerte en la misma esquina, la nororiental de la carrera 12
con la calle 18 donde esperaba poder pasar la calle. Primero apareció un carro
fúnebre y a los pocos minutos un grupo de músicos donde los niños llamaban la
atención con sus trajes típicos de campesinos cundinamarqueses. El féretro
junto a sus dolientes ingresó a la catedral y el sacerdote inició la Eucaristía
para despedir al fallecido.
Desde
la esquina diagonal al Colegio de la Presentación la música de Colombia lanzó
al aire sus arpegios para reclamar su derecho a la vida. Abel Antonio Villa
resucitó ante la impasible mirada del Libertador que cerca presidía el
espectáculo suspendido en el aire a tres metros de altura. Gaitas y porros desfilaron de esquina en
esquina hasta despertar el alma de la fiesta. Dos norteamericanas se sumaron a
quienes atraparon los clarinetes y saxofones. Bajo los árboles los cholados
hicieron una pausa y a una familia de chinos les fue imposible rechazar el
contagio de la bella y tradicional música costeña. Sus rostros se
transfiguraron y ahora los seguidores de la orquesta eran más

Para cerrar la presentación se dirigieron los integrantes de
la Banda Sinfónica de Quipile a la entrada de la Biblioteca del Banco de la República
donde los miembros del Club de Lectura los recibieron con aplausos. Allí se
inició el baile que quedará en la memoria de quienes regresaron a los tiempos
donde la música de Colombia se imponía por su ritmo y armonía entre las mejores
del mundo.
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