Estrategias para desarrollar el pensamiento crítico.


Por Efraín Gutiérrez Zambrano

Una pregunta que todos los días los docentes repiten en sus reuniones de formación pedagógica es ¿Cómo puedo yo desarrollar en el aula un pensamiento crítico en mis estudiantes?
Sería ideal que alguien nos diera una respuesta que asegurara su desarrollo desde el primer día de clases hasta aquel momento feliz de la graduación como profesional y ciudadano. Lamentablemente, el sentido común y la experiencia nos dicen que en pedagogía las buenas respuestas llegan después de mucha observación y reflexión. Con el paso de los años el camino se va aclarando como cuando el sol comienza a salir en las montañas de oriente.  
El desarrollo del pensamiento crítico nos recuerda a un viejo maestro griego que salía a las plazas a preguntar a sus conciudadanos para hallar la verdad que buscaba. Sócrates y su método de la mayéutica, sigue vigente en pleno siglo XXI porque el centro del pensamiento crítico es precisamente la pregunta. El profesor o mediador, para utilizar un término actual, debe recordar siempre que una de sus tareas esenciales en el aula es despertar el deseo de aprender en niños y niñas. Al fin y al cabo, ¿qué es la vida? Un conjunto de deseos. Pero los triunfadores son los que logran satisfacerlos y los fracasados los que a toda hora se lamentan porque la satisfacción de sus deseos es cada día más esquiva. Y la causa de su fracaso es un mal aprendizaje.  
Para podernos sentir orgullosos de nuestra labor como docentes tenemos que animar al estudiante a caminar sobre las ardientes brasas de los laberintos de la curiosidad. Sólo cuando el niño crece en ese ambiente de preguntas y respuestas  puede llegar a expresar y compartir estas palabras de Luis Eduardo Aute, talentoso poeta y director de cine, nacido en Filipinas: Pienso que si perdemos la curiosidad no hay nada; no hay reflexión y, por tanto, no hay conocimiento y no hay ninguna posibilidad de saber, de llegar al final de algo. Sin curiosidad, directamente no estás vivo.”
Si queremos estudiantes productivos para el país, y satisfechos con sus vidas, debemos convertir el aula en un gran foro donde se confronten los pensamientos y los sueños sin temor a la censura o al ridículo. La escuela debe propiciar los encuentros de las culturas más diversas y abrir espacios para que todos los miembros de la comunidad educativa expongan sus visiones del mundo y de la vida. Cada clase, en un día de escuela, debe ser una ventana que permita, a través de sus cristales, ver la belleza de los paisajes de esos mundos desconocidos cuya fascinación atraiga a niños y niñas a la exploración y la aventura.
Pero la escuela no puede llegar a los debates que transformen la vida ciudadana si antes no descontamina el aire de tanto prejuicio y actitud dogmática que impide que la tolerancia brille como sol al medio día. Curiosidad y tolerancia se necesitan tanto como hidrógeno y oxígeno a la hora de calmar la sed.
Sólo cuando el profesor o mediador es capaz de despertar el deseo (curiosidad), los estudiantes sienten la sed del conocimiento y la necesidad de ir a buscar esa verdad que desconocen e inquieta sus vidas. Si el deseo es genuino no regresarán al aula sin la respuesta acertada y el corazón satisfecho.         
Si comprendemos lo anterior veremos cómo brota la primera estrategia en la que debemos ejercitarnos como mediadores antes de ir al aula. Estrategia que se transforma en el objetivo más importante de los primeros años de escolaridad y que podemos señalar así:
Enseñar a niños y niñas a formular preguntas que conduzcan al conocimiento y la compresión mediante una comunicación asertiva.
En consonancia con este objetivo anteriormente presentado, como mediadores, tenemos el deber de reconducir las preguntas insuficientes o ineficaces en la dirección adecuada y de ser necesario, crear la duda, a manera de guía, para llegar a la meta propuesta y adecuada a la lógica y a la verdad.
 Una segunda estrategia complementaria a la señalada es iniciar la clase con una pregunta “provocadora”, “desestabilizadora” o dicho en lenguaje sencillo: polémica. Esta clase de preguntas tiene la característica de ser desafiante y abrir de par en par las puertas hacia el debate. Aquí el maestro no sólo tiene la responsabilidad de construirla y plantearla, algunas veces de manera dogmática, sino que por su naturaleza los estudiantes tienden a quedar en suspenso y se hace indispensable que el mediador los anime a romper el silencio. Al examinar la pregunta es posible que muchos de sus conceptos sean desconocidos para niños y niñas lo cual obliga a la clarificación y a la definición.             
A manera de ejemplo detengámonos en este interrogante: "¿Es la limpieza del parque responsabilidad de los vecinos o es un asunto que debe resolver el Estado mediante la imposición?". Notamos que el ejemplo presenta términos oscuros que necesitan definirse con la ayuda del profesor o profesora tales como  "responsabilidad", “Estado” e “imposición”. Definir y describir son operaciones mentales que constituyen para muchos niños verdaderos retos, pero sin la claridad suficiente en la percepción de la pregunta el debate será antes que un desafío intelectual, un galimatías que lo alejará del deseo de expresar sus puntos de vista.
Hechas las aclaraciones y comprendida la pregunta por parte de los estudiantes el papel del mediador no se puede reducir al de un convidado de piedra sino que debe ser un protagonista activo. Para conseguir este propósito, tercera estrategia, además de moderar y escuchar atentamente las intervenciones de sus estudiantes, el profesor tiene que apoyar con expresiones que aprueben los aciertos y haga notar las equivocaciones o invite a la profundización. Decir, por ejemplo, estoy de acuerdo o pienso que sería conveniente que examines tus palabras o podría aclararnos eso que acabas de decir son apoyos valiosos para el debate de los niños y niñas. También conviene recordar algunas de las formas socráticas que se suman a las escritas en cursiva: Algunas preguntas de estilo socrático son:
ü   ¿Qué quieres decir realmente con...?
ü   ¿Cómo llegas a esa conclusión?
ü   ¿Qué es lo que realmente se está diciendo?
ü   Supóngamos que te equivocas. ¿Qué consecuencias tendría esta equivocación?
ü   ¿Cómo podría saber que lo que dices es verdad?
ü   ¿Por qué es esto importante?
Es prudente que los estudiantes reciban este refuerzo para acrecentar su autoestima y autonomía.
Las acciones anteriores, sin lugar a dudas, conducen hacia una técnica que llamamos debate. Técnica que tradicionalmente se tiene en cuenta como instrumento de evaluación en la educación media y superior, pero que poco se utiliza en los primeros años desaprovechando sus ventajas como instrumento pedagógico. Por eso quiero hacer un paréntesis y detenerme en ella antes de proseguir con la cuarta estrategia.
 Para comenzar digamos que el debate exige el desarrollo de la competencia argumentativa así como la claridad y precisión conceptual. De ahí que señalara que el profesor debe definir y aclarar todos los términos que constituyan la pregunta desestabilizadora antes de abrir la discusión. Desde la perspectiva actitudinal nadie puede negar que mediante este instrumento fomentamos en los niños y niñas actitudes y valores como el respeto, la tolerancia, la capacidad de espera, (es decir, disminución de la impulsividad), la paciencia, el sentido de comunidad, por mencionar algunas de las más notorias.         
Pero además no olvidemos entre otras ventajas las siguientes:
• Desarrolla habilidades para argumentar e inferir.
• Permite observar la madurez del grupo.
• Facilita la valoración de las ideas ajenas y la confrontación con las propias.
• La discusión prepara para la resolución de problemas y conflictos de convivencia.
Probablemente algún docente dirá, como excusa para no usar el debate entre los niños y niñas,  que se necesita la atención total por parte del profesor y que el grupo se puede salir de control. Pero a pesar de estas desventajas puede aportar mucho al desarrollo del pensamiento creativo.
Cerremos el paréntesis y prosigamos con la cuarta estrategia que podemos denominar modelación del debate. Esta consiste en hacer demostraciones y dar ejemplos prácticos sobre cómo participar en este tipo de conversaciones. Señalar la importancia de diferenciar a las personas de las ideas y ayudar a los estudiantes a estructurar sus preguntas e intervenciones antes de expresarlas verbalmente para no caer en el error de hablar por hablar.  
Si conseguimos evidenciar estas destrezas en los primeros años de escolaridad cuando los estudiantes ingresen al bachillerato no será una sorpresa que en asignaturas como Lengua y Literatura, Ciencias Naturales Ciencias Sociales,  Filosofía y Competencias ciudadanas sean competentes en el manejo y comprensión de los discursos argumentativos, narrativos e informativos. Para los estudiantes que crecen entre la incertidumbre que proporcionan las preguntas  y la perplejidad que ofrecen algunas respuestas el conocimiento es un ponqué que llena de sabores agradables la vida.
Como quinta estrategia a tener en cuenta al desarrollar el debate es velar siempre porque la controversia sea enteramente constructiva. El estudiante debe aprender desde los primeros años que hay múltiples perspectivas, que todos somos  diferentes y que tenemos desacuerdos. Una regla de oro que nunca puede faltar en el debate es recordar que los hechos son superiores a las palabras y por tanto la objetividad se impone sobre la subjetividad. Las ideas no se pueden hacer depender de los sentimientos propios sino de los datos que la experiencia enseña. Karl Popper expresó esta regla con esta sentencia: “El aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo.” 
Como sexta estrategia digamos que el profesor  o profesora de párvulos o de bachillerato no puede pasar por alto que los niños tienen en su persona el modelo a seguir y que todo cuanto les diga para ellos es artículo de fe. Por tanto en estos primeros años de formación es el mediador(a) quien debe escoger los contenidos y valorar las intervenciones con mucha objetividad sin caer en favoritismos que lesionen e impidan el aprendizaje. Caer en esas preferencias sólo acrecienta rumores y envidias.
El error anterior es mucho más grave si se comete frente a los adolescentes porque el profesor queda en entredicho y su poder moral disminuido.
Por eso, como séptima estrategia, se ha de tener presente que un verdadero debate es un desafío intelectual donde el docente hace un papel similar al del árbitro en un partido de fútbol. El docente debe limitarse a observar y escuchar. Sólo al final y citando, preferiblemente de manera exacta, las ideas expresadas por los estudiantes resumir y concluir el tema.
En este punto es imposible no mirar hacia la evaluación, octava estrategia. Claro está que no faltaran los que digan que para qué evaluar o que es innecesario hacerlo. E iniciaríamos otro debate, que no será preciso adelantar ahora, entre calificar y evaluar, entre evaluación cuantitativa y cualitativa. Pero en los procesos de pensamiento y de enseñanza la evaluación es un elemento imprescindible, por no decir, esencial o anejo a su naturaleza. En consecuencia, el mediador(a) inteligente aprovecha las conclusiones para ampliar la temática y formula nuevos interrogantes relacionados con ellas para invitar a los estudiantes a la profundización. Este es el momento de la clase para programar nuevas investigaciones y proyectos de acuerdo con la edad e intereses de los estudiantes.
 Al comprender las tareas asignadas, los debatientes comprenderán que los límites del conocimiento son inconmensurables y que todos los días debemos tener una mente abierta y dispuesta para el aprendizaje.
También puede ocurrir, así llegamos a la novena estrategia, que al concluir el debate el docente permita que los estudiantes se evalúen mutuamente no sin antes revisar que tengan la madurez para hacerlo. Hay grupos y en particular algunos estudiantes que consideran que la evaluación es un juguete de poca monta y que no reviste seriedad alguna. Así esta alternativa resulta inconveniente y seguramente arrojará valoraciones injustas que causarán malos comentarios y conflictos entre ellos y, entre los estudiantes y su profesor.
Y  ya para cerrar este decálogo de estrategias digamos que el pensamiento crítico exige al docente estar en permanente formación. Y la institución educativa que no dedica tiempo y recursos a la capacitación no conseguirá la excelencia porque ésta es el fruto del esfuerzo personal y colectivo. De la sinergia que exista en el equipo de profesores y sus directivos emerge el cumplimiento de la meta proyectada o anhelada.
Un docente que no está actualizándose, con el tiempo termina siendo un árbol sin hojas. Una institución educativa que no contempla en su presupuesto un rubro para la capacitación de sus maestros es un desierto donde las innovaciones no florecen y la ignorancia como mala hierba termina por ahogar sus sueños. Es una utopía esperar una educación de calidad sin la ejecución planeada y oportuna de esta estrategia.
Resulta útil para resumir estas estrategias y cerrar esta reflexión pedagógica las palabras de Roger Van Oech, autor del libro, “Cómo puede usted ser más creativo”: “No es posible resolver los problemas de hoy con las soluciones de ayer”.

Comentarios

  1. Estoy de acuerdo con la idea que expresa el texto ya que para poder llevar a cabo todo este proceso es primordial llevar al estudiante hacia el interés para lograr unas clases activas y que el proceso de educación que quiere comunicar el docente sea el adecuado.
    las estrategias indicadas sirven como punto de apoyo para llevar a obtener buenos estudiantes con un buen desempeño no solo académico sino también como personas racionales y tener un mayor razonamiento critico que les va a servir para toda su vida y los procesos que realicen en ella que los lleve a ser grandes personas.

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  2. La juventud de un ser no se mide por los años que tiene, si no por la curiosidad que almacena.


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