Las fiestas en Coyaima



Por Efraín Gutiérrez Zambrano

Hay dos santos que llenan de alegría, música y danza el viejo Tolima. Entre San Juan y San Pedro tamboras, tiples y guitarras hacen bailar a las gentes de ciudades y pueblos. Durante una decena de días el peso de la tradición musical y folclórica se siente en el aire bajo el sol que hace cantar y bailar cañas, sanjuaneros, bambucos y rajaleñas. Personajes míticos recorren las calles y las nuevas generaciones encuentran en ellos la fantasía que les acompañará toda la vida. Es un verdadero ejercicio de solidaridad y democracia. Autoridades, comerciantes y pueblo hacen de esos días espectáculos de magia y paradoja de la vida real. La calle se vuelve encantadora y bajo los árboles del parque central la brisa se siente en las mejillas sin que aflore la vergüenza o en la espalda la paranoia aumente la sombra en la noche.

Intentaré reconstruir la historia y vivencias que dejaron en mi alma tres días en la dulce Coyaima indiana. Compartir con sus gentes el Festival Nacional de Danza Folclórica “Ernesto Vera” es comprobar la altivez de los hijos de Coy y el remanso fresco que hace olvidar las penas y fatigas que doblegan el espíritu.
Al remontarnos en el tiempo, Coyaima evoca la figura de Juan de Borja, un duque emparentado con Fernando, el Católico y con el papa Alejandro VI. Este municipio del sur del Tolima fue atractivo para los conquistadores por el oro que extraían los Coyaimas, Yabercos y Colaches y por haber sido tierra del Cacique Coya o Coy, que Sebastián de Belalcázar reportó entre sus hallazgos de 1538. Pero fue el licenciado Bernabé de Saavedra, Fiscal de la Real Audiencia, quien lo fundó el 29 de marzo de 1621, por orden del Duque. Fue su nombre de pila: Pueblo de Coyaima de la Real Corona. Se cuenta que tres indígenas, Domingo Pinto, José Capera y Juan Sánchez, a la orilla del río Saldaña, comenzaron a construir sus casas en el lugar que hoy ocupa el primero de agosto de 1778. Pero como su vecino Ortega sufrió sucesivos incendios. La Asamblea Legislativa lo elevó a municipio mediante la Ley expedida el 21 de febrero de 1863.   

  
El primer día

Hacia la 1.30 P.M. llegué a ese retablo de luz y sabores que los coyaimunos reconocen como la “Puerta de Oro”. Este corregimiento llamado Castilla es una cuadrícula encendida de almojábanas y achiras que da la bienvenida al turista. Irrumpe en la carretera como una parada obligada para degustar sus platos y descansar de la monotonía del asfalto que une a El espinal y Neiva. Al girar el carro a la derecha fueron apareciendo terrenos más ocres que verdes y viviendas humildes y desperdigadas a ambos lados de la carretera, un poco angosta. 
Eran las 2 P.M. cuando bajé del taxi que había tomado en Saldaña ese 29 de junio de 2018. Pregunté a un transeúnte por la ubicación de la alcaldía. Me respondió que siguiera el camino de almidón de maíz que ocultaba el color de las calles. Sobre las motos, rostros de nieve contrastaban con el sol inclemente que los iluminaba. Los motores ensordecían los muros donde rebotaban sus agudos chirridos hasta perderse en la ceiba del parque o en la plaza de la chicha. Al subir a la tarima, situada frente a la Casa de la Cultura, escuché repetidos iiiiii San Pedro. De acuerdo con el programa de fiestas se realizaba el primer concurso del grito que caracteriza estos jolgorios. Un samario resultó favorecido con el premio al vencer el cronómetro con su grito. 
La gestora social, Gynna Patricia Frías Fernández, quien me había invitado me recibió con un cálido saludo de palabras y sonrisas. Me dijo que era costeña. Había estudiado medicina y vino a Coyaima a realizar el trabajo de su año rural. Pero se enamoró doblemente y se había quedado a echar raíces. El pueblo, aunque pequeño, era un remanso de paz como dice la canción del maestro Miguel Ángel Ospina.  
Desde la tarima observé la iglesia. Una torre sencilla llevaba al cielo las plegarias de los hijos de Coy. Al acercarme y mirar con atención los detalles pude descubrir los números rojos que señalaban que este templo se erigió en 1881.
Uno de los músicos, tal vez cuando me vio dubitativo, me dijo que ese edificio sencillo de una sola planta que miraba, donde funciona la Casa de la Cultura, lo hicieron en 1939 para el “pabellón de carnes”. Entonces imaginé el centenar de toldos frente a la tarima donde, antes de la aparición de los hippies, los campesinos ofrecían frutas, cachacos y canastos.
Detrás de la Casa de la Cultura, un jardín primaveral, desde la rotonda del pequeño parque, da la bienvenida al transeúnte. Más allá están los negocios donde música, trago y amor comprado se combinan.
En Coyaima, más que en Ortega y Chaparral, se aprecia el aporte de la sangre de los Pijaos. Razón tiene el maestro al decir en su canción: “Soy hijo de Coy, pijao de gran altivez”.   
 Al concluir las presentaciones musicales, uno de los organizadores me indicó el hotel que habían asignado a las delegaciones. En realidad era una casa acogedora con varias habitaciones en cada una de sus dos plantas. Descansé un rato. Al salir al pasillo, y mirar hacia el patio, encontré la delegación de músicos y bailarines procedentes del Ecuador que ensayaban su presentación. Para no eliminar el efecto sorpresa, bajé y salí a recorrer las calles. Al caminar nubes de harina de maíz levantaban mis zapatos.  
 En la noche, a eso de las 7.30 P.M. comencé a disfrutar el banquete de música y movimiento que ofrecieron los grupos folclóricos de los departamentos del Meta, Magdalena, Valle del Cauca, Nariño y el vecino país del Ecuador. Hacia la madrugada llegué a la habitación donde la sombra en el silencio de un carnaval me esperaba. 

El segundo día

Una buena noche de sueño. Las melodías de la banda papayera y el olor a pólvora abrieron el nuevo día. Después del desayuno comencé a caminar por calles que estaban remodelando con cemento y aclararon mucho el panorama del progreso que impulsaba la administración que encabezaba Oswaldo Mauricio Alape Arias, alcalde de Coyaima.
En la tarde, a eso de las 3 P.M., el patio de la institución educativa Manuela Beltrán se llenó de colores y acordes. Las candidatas interpretaron para el público y el jurado el inmortal sanjuanero tolimense, el más antiguo que conozco, llamado El Contrabandista de los compositores Cantalicio Rojas González y Luis Enrique Lis Oliveros.  Coqueteo, enamoramiento y matrimonio se apreciaron y dieron a la tarde esa pureza del amor cuando las mujeres aún aguantaban sus cólicos y al marido.
En la noche, la tercera edad, abrió el baile. La agrupación Renacer Andino de Samaniego, Nariño, ofreció la música de charango y vientos que sirvió como marco para la danza verde y fresca de guaneñas, sanjuanitos y mojigangas. Danza Lenga de Bucaramanga, Santander, recordó el valor del requinto en los tesoros folclóricos y con humor y armonía pusieron otros luceros a brillar en una noche que amenazó aguar los bailes. La Escuela de Formación Nanyanúa y la Escuela de Danzas Dionisio Marín Bríñez demostraron que la juventud de Coyaima ama el patrimonio de música y danza que heredó de sus ancestros. El centro cultural Guaytambos de Ecuador, entre pasillos y rebozos, hizo trenzas y coronas para los presentes. La luna roja del llano se paseó entre impecables joropos que interpretó la Corporación Cultural El Maute de Villavicencio, Meta.  La belleza del Caribe la ostentó, en puyas y cumbias, danzas Gaira de Santa Marta, Magdalena. La Asociación Cultural Juventud Unida de Cali, Valle del Cauca, bañó el litoral pacífico con currulaos, abozaos y Andareles. Para cerrar la velada cultural hacia la 1 A.M. el jurado anunció que la ganadora del VIII Reinado Infantil Sanpedrino era la representante del barrio Las Brisas, Jennifer Alexandra Palacio Cative.  
Camino al hotel una pareja bailaba en la mitad de la calle. Una tímida luna los observaba. A lo lejos, el canto de un gallo trasnochado se unía al festival. 

El tercer día

En el desayuno el sabor del verdadero tamal tolimense me impulsó a buscar el desfile de carrozas. El Mohán saludaba a quienes salían a su paso. La banda de músicos Tropicalísima imponía su ritmo sobre la resaca del sol que iluminaba. En el parque principal se podía admirar la creatividad del pueblo en cada tema o personaje del folclor. Durante cerca de dos horas reinas y colores convocaron las miradas de propios y extraños. Al llegar la caravana a la esquina de la casa que habitara Ernesto Vera, creador de este festival, la alegría desbordaba y de cada casa salían sus moradores a aplaudir. Desde el balcón del cielo azul y limpio Don Ernesto sonreía. En los ojos de Oliverio Penagos Barragán, un ejemplo vivo de la amabilidad de este remanso del Tolima, brillaba el orgullo de ser un ciudadano de Coyaima. Me dijo que las hojas de cachaco eran un renglón importante de la economía de este municipio. De martes a viernes los camiones de las grandes fábricas que hay en el país dedicadas a la hechura de este plato típico llenan sus camiones. Comprendí que sin ellas los tamales carecen de sabor auténtico y que en Bogotá y en Ibagué muy pocos lo saben y se dejan engañar.
En la noche continuó el derroche de danza y creatividad de las delegaciones invitadas. Eché de menos a ecuatorianos y nariñenses. Diego Fernando Jiménez Lozano presentó la escenografía de su autoría que utilizó la reina saliente, Jenny Fernanda Santofimio Loaiza en Ibagué. La novedad estuvo a cargo de Christian Camilo, un ruiseñor nativo quien a sus escasos años, ganó los aplausos de visitantes y paisanos El gobierno local homenajeó a la Banda de Músicos Tropicalísima y entregó recordatorios a todas las delegaciones. La velada cultural concluyó a la media noche con el reconocimiento que hizo el jurado de la señorita Lesly Vanesa Doria Capera como la ganadora del XXXIX Reinado Municipal del Folclor 2018-2019. 
Próximo a emprender el regreso, el lunes festivo, dediqué mi tiempo al diálogo. Me dijeron unos parroquianos que departían alegremente, pero que al acercarme callaron para observarme con recelo, que hasta 1930, gobierno de Enrique Olaya Herrera, el comercio de oro era robusto. Oficio menor era el de pastor y en muchos sitios era fácil comprar ovejas e ir a vender lanas a Natagaima, Purificación y Chaparral. Ahora no se encuentran ovejas ni para el pesebre. - Mientras me ilustraban tomaban chicha en sus totumas y el sol iba evaporando su timidez-. “Aquí puede disfrutar todos los climas. El pueblo tiene sus montañas, entre ellas, los Altos de Jericó, La Cruz y el Venado, los Cerros de Alto Grande, El Gallinazo, Hilarco y Viana. Por agua tampoco sufrimos porque allí cerca al pueblo está el Saldaña. Otros ríos que se me vienen a la mente son el Doyare, Chenche y Meche”. Entregué la totuma que me habían ofrecido y tomé el camino hacia la Casa de la Cultura donde me esperaba el director. Un hombre delgado, dicharachero, que disimulaba su mal genio con una sonrisa nerviosa.
 Pude apreciar en las palabras de César Alberto Cubillos Polanco que el balance de las fiestas indicaba un éxito rotundo. Henchido de orgullo puso sobre la mesa los siguientes retos que le esperaban como coordinador de cultura, deporte y turismo. Luego hablé con dos artesanas de manos mágicas y laboriosas. Abrigué, como ellas, la esperanza de volver a los canastos y así evitar la contaminación del planeta. Regresé para almorzar donde Marilyn García que frente a la plaza de la chicha ofrece el mejor tamal en ese pueblo. A las 2 P.M del lunes 2 de julio guardé en mi corazón la dulce Coyaima indiana y tomé el taxi de regreso a casa a orillas del Magdalena.
Fueron tres días de ensueño donde sentí la sencillez que hace inmortales a personas y pueblos.   

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