Observe y escuche antes de actuar.
“Vosotros, los blancos, siempre estáis haciendo
preguntas. Nunca os limitáis a observar y escuchar. Suele ser posible aprender
todo lo que realmente importa saber sólo observando y escuchando.”
Anciano
Indio Norteamericano

Por tanto, y para poner fin a tanto ruido
inútil, una de las estrategias metodológicas que un educador o un padre debe
considerar a la hora de formar integralmente a un niño o una niña es enseñar a
observar y escuchar. Como la mejor manera de enseñar es el ejemplo, en el
primer momento de iniciar un curso o año lectivo quien media el aprendizaje
debe detenerse, antes de explicar cualquier tema del currículo, a observar a
sus estudiantes y escuchar sus expectativas.
En este primer ejercicio
es recomendable tener presente que no se debe contaminar la observación con prejuicios
y rumores. El educador profesional hace caso omiso a los comentarios de los
colegas que rotulan a ciertos estudiantes con elogios y vituperios. Si la mirada
está cargada de prejuicios no es posible tener un conocimiento objetivo porque
éste es fruto de la espontaneidad, es decir, de la actuación del sujeto en un
contexto y unas circunstancias particulares, pero de manera libre. El
profesional de la educación debe estar capacitado para palpar esa conducta y
someterla al análisis con el fin de elaborar sus propios criterios y juicios.
Debe examinar no solamente los comportamientos individuales sino también las
interacciones entre estudiantes y entre estos y sus familias y si fuese posible
abrir más el lente para abarcar su desempeño social. Esa práctica le facilitará
la elaboración de instrumentos de observación.
Así se inicia el proceso
de investigación previo a cualquier toma de decisiones sobre lo más sagrado que
tiene el aula y que son esas personas que esperan al menos un poco de
comprensión. Recuérdese que toda investigación implica la búsqueda de
algo preciso a través de una determinada metodología. O sea, que se investiga
para conocer y explicar aspectos concretos de la realidad que rodea a cada uno
de los estudiantes y que constituyen elementos cruciales para determinar la
sugerente personalidad humana.

Hay quienes viven preocupados porque las nuevas tecnologías quieren reemplazar al maestro, pero el ejemplo y la escucha son exclusivos del ser humano y ninguna máquina puede mejorar la condición humana. De llegar la superioridad tecnológica a rebasar el valor humano estaremos ante una desgracia. Pero esto debe ser tema de una nueva reflexión. Volvamos a tomar el hilo de lo que tratamos.
Es mediante la observación y
la escucha que se posibilita el conocimiento de los estudiantes y, en general,
de las personas. Conocer a una persona implica descubrir sus necesidades,
expectativas, intereses y sentimientos. De ese conocimiento surge la
comunicación asertiva porque se tiene en cuenta qué decirle y cómo
decírselo.
Al hacer esta investigación se
hallarán los primeros obstáculos y las motivaciones interiores y exteriores de
los educandos. Se comprenderá que la misión encomendada no es fácil y sí de
mucha responsabilidad. Se concluirá que la realidad educativa es compleja y
trasciende los muros de la escuela porque lo que se hace y se vive en las aulas
influye, al pasar el tiempo, en los comportamientos de los adultos al asumir
sus roles en la división social del trabajo. Escuchar en el aula hace que los estudiantes se sientan implicados en los quehaceres diarios del aprendizaje. Esta acción les demuestra que son importantes en esa micro sociedad experimental que se llama escuela.
Para cerrar, por ahora, el
tema y abrir el debate examinemos la lección que deja esta historia:
“El herrero del pueblo contrató a un
aprendiz dispuesto a trabajar duro por poco dinero. El muchacho era joven, alto
y muy fuerte, aunque un poco despistado. Era obediente y hacía las tareas que
le encomendaban, pero se equivocaba a menudo y tenía que repetirlas porque
prestaba muy poca atención a las instrucciones que el herrero le daba.
Al herrero esto le molestaba un
poco, pero pensaba: ‘Lo que yo quiero no es que me escuche cuando le doy una
explicación, sino que acabe haciendo el trabajo y que me cueste muy poco
dinero’.
Un día, el herrero dijo al muchacho:
‘Cuando yo saque la pieza del fuego, la pondré sobre el yunque; y cuando te
haga una señal con la cabeza, golpéala con todas tus fuerzas con el martillo’.
El muchacho se limitó a hacer
exactamente lo que había entendido, lo que creía que el herrero le había dicho.
Y ese día el pueblo se quedó sin herrero. Falleció por accidente a causa de un
espectacular martillazo en la cabeza”.
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