Es hora de reflexionar.

1.   Es hora de reflexionar.            

El desafío para la institución educativa es, sin duda, la planificación y ejecución de un plan transversal que forme a los estudiantes en valores y derechos humanos. Surgen dos preguntas: ¿Cómo hacerlo y cómo ejecutarlo?  Desde estas dos interrogantes debe comenzar a buscar repuestas a partir del contexto particular que le permitan descubrir los principios teóricos que orienten la acción y la cultura axiológica de la comunidad educativa. Pero todo intento de teorización será inútil si desconocemos la naturaleza de los valores y los principios que orientan su didáctica.

La didáctica axiológica difiere de las demás en cuanto exige la influencia del ejemplo para poder transmitir ese conjunto de objetos ontológicos que siempre, para existir, necesitan de otro porque no tienen sustantividad. Por su naturaleza, los valores exigen una manera especial de presentarlos a los estudiantes. La pedagogía, la psicología y la lógica no tienen la claridad suficiente para explicarlos. Se hace necesaria la reflexión axiológica, el diálogo y la vivencia. El docente no podrá asumir este desafío con éxito si no se convierte en un facilitador del desarrollo personal de los educandos mediante su compromiso y vivencia de los valores y derechos que pretende enseñar. "No podemos enseñar valores, debemos vivir valores. No podemos dar un sentido a la vida de los demás: lo que podemos brindarles en su camino por la vida es, más bien y únicamente un ejemplo: el ejemplo de lo que somos. Pues la respuesta al problema del sentido final del sufrimiento humano, de la vida humana, no puede ser intelectual, sino existencial: no contestamos con palabras, sino que toda nuestra existencia es nuestra respuesta." (Frankl Viktor E., "La Voluntad de Sentido", Ed. Herder, Barcelona 1991, pág. 332). Los valores, como los vestidos y aderezos, sólo lucen  y dan gallardía a quienes tienen la entereza del carácter para ostentarlos como finas prendas y joyas que penden de su pecho.

Entereza tuvieron los grandes maestros de la humanidad que no repararon tanto en las competencias cognitivas de aquellos a quienes se dirigían como en su manera de vivir. Sus discursos estaban llenos de sentido y por tanto sus palabras no podían ser cuestionadas, excepto por los hipócritas. Para ilustrar lo anterior, tomemos dos ejemplos de la historia humana: Jesucristo, de quien se dijo que nunca en Israel había existido alguien con tanta autoridad para enseñar, muestra que sin la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace no puede haber progresos en el aprendizaje de los valores. Mahatma Gandhi, si no hubiera asumido esa vida ejemplar tampoco hubiera arrastrado a sus paisanos hacia la liberación.

Como maestros, sabían que una de las características esenciales de la  humanidad es la sociabilidad y no se puede negar la interconexión que existe entre todos los miembros de la comunidad. Y la sociabilidad sin la comunicación no sería posible. Por el contrario, de ella se debe partir y tenerla siempre presente. Las actitudes de las personas comunican. El cuerpo humano es un instrumento natural de comunicación. En los ojos se pueden leer las intenciones de quienes miran. Con mayor razón, los actos individuales, así sean íntimos, repercuten en el núcleo familiar y en la sociedad a la cual se pertenece. Los lideres y personajes públicos son generadores de conductas que fácilmente se transforman en modas y hábitos que se arraigan hasta volver normal lo que antes era motivo de repudio colectivo. El mundo de los valores no puede surgir de la agitación y el caos. Ellos son el resultado del ejercicio de la libertad y la reflexión atemperada por la necesidad de ellos para vivir en sociedad. Sin valores, el mundo civilizado moriría.

“La historia, ello no obstante, sitúa toda­vía el valor en lo general. Su verdadero lu­gar es el corazón vivo de las personas. Las personas sin los valores no existirían ple­namente, pero los valores no existen para nosotros sino por el fiat veritas tua que les dicen las personas.” (Edmundo Mounier, “El Personalismo”)

Así los valores son también expresión de la voluntad. No se puede ser honrado por obligación, sino por convicción. Se hace indispensable en la didáctica de los valores llevar al estudiante hacia el descubrimiento de esa realidad que sólo puede verse en la forma de actuar de los mayores. La niñez y la juventud reclaman la influencia del ejemplo para progresar en la maduración de sus reflexiones axiológicas. Sin el ejemplo a seguir el discurso formativo no  es más que un conjunto de palabras sin sentido que se las lleva el viento. Al hijo o al estudiante no le bastan las etiquetas y peroratas que digan que el alcohol es nocivo para la salud, es más convincente que padres, madres y educadores enseñen los beneficios de la sobriedad con la abstención. Niños y jóvenes dudan de las palabras de sus mayores, pero se dejan arrastrar por el ejemplo y la entereza de carácter de quienes consideran sus modelos y arquetipos.              
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