En busca de la dignidad perdida.


1.   En busca de la dignidad perdida.            


Cada día que pasa se hace más tenue la frontera entre lo urbano y lo rural. Los adelantos tecnológicos posibilitan no sólo el acercamiento sino que impulsan la uniformidad de la cultura y la apertura de las fronteras nacionales. La política y la administración, ante los hábitos que se arraigan en las sociedades y los problemas que suscita el ciudadano del mundo, se hacen más universales. El comercio realiza sus operaciones en un mercado cosmopolita que unifica los usos de las cosas y entrelaza los anhelos de los consumidores internacionales. Las noticias corren a la velocidad de los satélites y los hechos cotidianos son una avalancha de comentarios que forman la opinión del sentir global. Ya nadie puede esconderse sin que lo detecten los buscadores digitales y el derecho a la intimidad y la sensación de libertad y autonomía reclaman nuevos argumentos para expresarlos. Y en esa maraña de mutaciones y novedades están inmersas la niñez y la juventud de hoy sin hallar una escuela conveniente y preparada para desarrollar las competencias de los futuros ciudadanos del mundo.

Para la escuela del siglo XXI el problema no es la información y el conocimiento porque estos se encuentran a la distancia de un clic. Hoy se puede adquirir una maestría sin salir de la casa y los entornos virtuales de aprendizaje son cada vez más interesantes y novedosos. Pero ya la historia nos ha demostrado que los científicos sin una formación moral y axiológica son más peligrosos para la humanidad que la ignorancia institucionalizada de los gobiernos dictatoriales. Por eso la escuela de hoy debe enfocar su mirada en la dignidad humana, cada día más amenazada por la novedad científica y tecnológica. Pero para rescatar al ser humano del abismo en que está cayendo se requieren de miles de maestros que conozcan las nuevas tecnologías y enseñen a las nuevas generaciones la importancia de ser antes que académicos y científicos, personas comprensivas, altruistas y felices. Pero para lograr este objetivo sólo un proyecto que atraviese todo el andamiaje educacional, es decir, que sea transversal y cuyo contenido sean los valores y derechos humanos lo puede conseguir.            
  
Pero cuando en pedagogía se habla de un proyecto transversal debemos aclarar que se refiere al que tiene conexión directa con la vida presente o futura del estudiante y es una prioridad para educadores y progenitores. Y como en el aula no debe existir una actividad sin una intención pedagógica la transversalidad exige, en primer lugar, la elaboración de un marco teórico de formación en valores y derechos humanos que no sólo se integre al programa de estudios sino que recoja los temas e intereses que la niñez y la juventud reclaman o necesitan para su desarrollo vital, cognitivo y espiritual.

Los profesionales de la educación deben analizar e Investigar cómo hacer la institución educativa más eficiente y aportar ideas para promover la dignidad de la persona humana y el desarrollo sostenible. Pero sin olvidar que el objetivo central es el ser humano que no puede ser desconocido por el gran capital ni por las novedades tecnológicas y mucho menos por los políticos de turno.

No es suficiente examinar los resultados de las pruebas que sólo evalúan el aprendizaje de conocimientos. Las competencias cognitivas alejadas de las vitales y espirituales son un adefesio, una deformidad monstruosa. Preferir a la novedad tecnológica para dejar cesante al empleado es una injusticia que demuestra el ascenso hacia el panóptico y un elogio a la locura que el hambre de las gentes desempleadas desatará.      

 Diseñar y ejecutar los planes de mejoramiento continuo y evaluar sus resultados para corregir las no conformidades descritas en líneas anteriores es una urgencia de las instituciones que se enorgullecen de ser certificadas como las que ofrecen una educación de calidad. 

Porque no basta contextualizar los contenidos y objetivos desde una perspectiva globalizadora e integradora con las áreas del saber para señalar la calidad educativa si la humanitas y el ethos no iluminan toda la estructura del andamiaje educativo. La cultura interna de la institución educativa y su entorno deben estar relacionados con la misión, la visión y los objetivos donde la formación de ciudadanos comprometidos, pero ante todo humanos, debe ser la prioridad. Para conseguir la meta propuesta se requiere conocer el contexto político, económico, social, tecnológico, medioambiental y legal e interactuar con otras organizaciones de la sociedad para criticar y condenar todo aquello que irrespete al ser humano como consciencia del universo y señor de su destino trascendente. Porque no hay calidad donde las instituciones y las leyes no posibilitan y apoyan la ascensión del ser humano.

Y en consonancia con esta ascensión, nada más oportuno que traer la voz autorizada del autor del inmortal libro El principito, Saint Exupery en un opúsculo poco difundido pero de necesaria aplicación en estos tiempos, Carta a un rehen:

“¡Respeto al hombre! ¡Respeto al hombre!... Esa es la piedra de toque. Cuando el nazi respeta exclusivamente lo que le parece, sólo  se respeta a  sí   mismo. Rechaza las contradicciones creadoras, arruina toda esperanza de ascensión, y pone los cimientos, para mil años, del robot de un termitero, en lugar de un hombre. El orden por el orden castra al hombre en su poder esencial, que es el de transformar, no sólo el mundo, sino también a sí mismo. La vida crea el orden, pero el orden no crea la vida.

Nos parece, muy al contrario, que nuestra ascensión no ha acabado, que la verdad de mañana se alimenta del error de ayer, y que las contradicciones por superar, son el martillo mismo de nuestro crecimiento. Re­conocemos como nuestros, incluso a los que difieren de nosotros. Pero, ¡qué extraño parentesco, que más que en el pasado se funda en el futuro! En el fin, no en el ori­gen. Somos el uno para el otro, peregrinos que, a lo largo de caminos distintos, pena­mos hacia la misma cita.

Pero he aquí que hoy peligra el respeto al hombre, condición de nuestra ascensión. Los crujidos del mundo moderno nos han sumido en las tinieblas. Los problemas son incoherentes, las soluciones contradictorias. La verdad de ayer ha muerto, y la de ma­ñana está aún por edificar. No se entrevé ninguna síntesis válida, y cada uno de noso­tros detecta sólo una parte de la verdad. Impuestas por esta falta de evidencia, las religiones políticas recurren a la violencia. Y he aquí que, disconformes en cuanto a los métodos, corremos el riesgo de no re­conocer ya que nos apresuramos hacia el mismo fin.

El viajero que remonta una montaña en dirección a una estrella, si se deja absorber demasiado por los problemas de la escala­da, corre el riesgo de olvidar por qué estrella se guía. Si no obra más que por obrar, no irá a ninguna parte. La sillera de catedral, al preocuparse demasiado ávidamente de la colocación de sus sillas, corre el riesgo de olvidar que sirve a un Dios. Así, al encerrarme en cualquier pasión partidista, corro el riesgo de olvidar que una política no tiene sentido más que a condición de estar al servicio de una evidencia espiritual. Hemos gustado, a las horas de milagro, de una cierta calidad de las relaciones huma­nas; esa es para nosotros la verdad.

Cualquiera que sea la urgencia de la ac­ción, nos está prohibido olvidar la vocación que debe dirigirla, falta de lo cual esa acción será estéril Queremos fundar el respeto al hombre. ¿Por qué vamos a odiarnos en el interior de un mismo campo? Ninguno de nosotros detenta el monopolio de la pureza de intención. Puedo combatir, en nombre de mi camino, tal camino que otro ha escogido. Puedo criticar los pasos de su razón. Los pasos de su razón son inciertos. Pero debo respetar a este hombre, en el plano del Espíritu, si peregrinan hacia la misma estrella.

¡Respeto al hombre! ¡Respeto al hom­bre! Si, el respeto al hombre está fundado en el corazón de los hombres, los hombres acabarán por fundar en cambio el sistema social, político, económico que consagrará ese respeto. Una civilización se funda, en primer lugar, en la sustancia. Es, en primer lugar, en el hombre, deseo ciego de un cierto calor. El hombre, después, de error en error, encuentra el camino que conduce al fuego.”

Lo invito a leer Cavilaciones y escolios de Efraín Gutiérrez Zambrano     

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