Poetas y creyentes.
Muchos piensan que la poesía, para que tenga una
razón de ser en esta época de consumismo, producción y aparente bienestar,
tiene que hacerse, siempre y cuando se persiga una causa de similar naturaleza,
es decir, debe ser utilitaria.
Es incomprensible para esta generación que se hable de temas que tocan
al destino del espíritu humano, si como dicen algunos jóvenes educados en
prestigiosos colegios y que por estos días se gradúan de bachilleres, que para
qué orar o implorar misericordia a un Dios que no existe, si todos somos hijos
del Big Bang. Y para qué detenernos en la belleza de una flor si su vida en tan
efímera que sus pétalos desaparecen con la misma rapidez del viento que las
acaricia. Y para qué perder tiempo leyendo odas, sonetos o epitalamios si esas
cursilerías no despiertan el amor como si lo hacen las medicinas afrodisíacas y
los videos calificados con tres X.
Es que asistimos a prácticas sociales que rechazan el sentimiento
piadoso porque no lo conocen y no lo conocen porque en sus casas esos temas
jamás se sirven a la mesa como pan de hojaldre o al menos como
alcaparras.
Y algunos estudiosos de la sociología dicen que tales carencias no
causan ningún mal y que es común en esta época, ignorar al poeta y al creyente
o si se les recuerda debe hacerse con la misma pasión con que se recuerdan a
los dinosaurios que tan importantes fueron para la evolución de las especies y
para la estructuración de la mente humana, pero que ahora significan algo
especial en un museo donde se les puede ver como objetos exóticos o en una
producción cinematográfica donde se hace alarde de los efectos especiales.
Sin embargo, aún quedan bichos raros que se preguntan: ¿qué función
tiene el poeta en este momento histórico? Y seguramente no faltará, tampoco el
incauto y despistado intelectual de influencias decimonónicas que pregone que
la función de siempre, la misma de combinar palabras, pero con la salvedad de
que ahora no se le pide tanta belleza ni elucubración en las ideas. Es más,
puede pactar con los políticos de turno y comenzar a hacer lemas que se
escriban noche abajo por las paredes con pinturas fosforescentes. O puede
solicitar un puesto en una agencia de publicidad donde le pongan a rimar o a
improvisar ideas que promuevan lo superficial y el valor en dinero de las
mercaderías.
Para qué seguir esgrimiendo unos pensamientos de grandeza, respeto,
decencia o perspectiva espiritual si todo es mera circunstancia y el absurdo ya
no interroga y nada tiene un sentido trascendente. El ser humano de hoy no
tiene otra preocupación que alcanzar el éxito. Si no lo alcanza su vida será
lóbrega y vacía. La única razón de vivir es vivir de acuerdo con ese nuevo
concepto que se traduce en vida material y placer a toda prueba. Todo al fin y
al cabo es sólo utilitarismo.
Como ahora no se lee poesía ni se escuchan temas de espiritualidad la
gente olvidó ese poema de Kipling, que habla del éxito y del fracaso como dos
impostores.
Por eso es que el joven sin un sentido que oriente su existencia, sin un
Dios a quien amar y rendir cuentas, sin un amor que exalte y bendiga la unión
familiar, busca el placer y queda insatisfecho, se extravía en este laberinto
que han formado las religiones y las sectas en nombre del único Dios que nos
hermana con su paternidad y rechaza el compromiso de una opción matrimonial
permanente porque su concepto de amor no tiene la riqueza de la felicidad
conyugal, filial y fraternal.
Sin amor no existe camino. Sin amor no hay esperanza y mucho menos fe en
el otro para que podamos todos salir, unidos de las manos, a buscar a Dios y su
regalo la paz. Sin alguien que le cante al amor, balcones y ventanas no son más
que invenciones inútiles para que se distraiga la luz mientras se oculta. Sin
amor que se extienda a las personas necesitadas y discapacitadas la bondad
humana resulta inocua e inexistente y la caridad individual se la trasladamos a
la beneficencia pública.
En cambio, se me dirá, llenos de cosas somos más felices que aprendiendo
versos o escuchando testimonios de fe. Y tal vez tengan razón, pero se olvidan
que somos seres itinerantes y que a este mundo venimos desprovistos de objetos
y sin ellos nos vamos, pero con la seguridad de hallar un mundo mejor en la
eternidad.
Efraín Gutiérrez Zambrano
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por su comentario