El caballo y el foso
Si caes en el foso tienes que salvarte tú mismo porque a las profundidades les temen hasta los más valientes. Cayó. El cielo se cerró sobre él como un telón sin aplausos. Un caballo noble, de mirada antigua, se precipitó al abismo que nadie vio venir. Su dueño, hombre de campo y costumbre, lo miró desde arriba con ojos húmedos de resignación. —Ya no hay qué hacer —murmuró—. Que la tierra lo cubra, que el olvido lo abrace. Y así, comenzó la ceremonia del entierro. Palada tras palada, la tierra caía como sentencia. Pero en el fondo del foso, algo palpitaba. No era miedo. No era rendición. Era fuego. El caballo, herido, pero no vencido, sintió cada grano como un reto. Pisó la tierra que debía sepultarlo. La compactó bajo sus cascos. Se alzó un poco más. Y cuando otra palada cayó, volvió a erguirse. Así, paso a paso, tierra sobre tierra, dolor sobre fuerza, fue construyendo su ascenso. El dueño, absorto, vio emerger del foso no a un animal, sino a una leyenda....