Un propósito para este año.
Comenzar el año llena de esperanza a
quienes aún tienen fe y de temores a quienes carecen de ella. Pero los colores
de la esperanza escasean y los de los temores lo tiñen todo. Sobre todo en una sociedad
que en cada amanecer lanza nubarrones y envuelve en crisis sus instituciones y
ciudadanos. Para muchos no cesa “la horrible noche”. Y el año no muestra un
cielo despejado que deje ver el horizonte halagador.
Es por eso que necesitamos renovar nuestra
fe. Pero este concepto no tiene sentido sin un acercamiento a Dios. Recordemos
que sin Dios no hay fe y sin fe no se puede ver a Dios.
Algunos dirán que eso de la fe y
depositar nuestra confianza en Dios es preocupación de los ilusos. Muy pocos
reconocen que existe un Dios que bien puede salvar al ser humano de la
desesperación y el nihilismo. Y que esto sea claro: No son las religiones las
que salvan; es Dios el dueño del poder y sólo Él puede salvar a quien le pide
su protección.
Un gran gentío se ve ir de templo en
templo y pasar frente a sacerdotes y pastores en busca de Dios, pero no lo
hallan. Las asambleas de feligreses se han vuelto espectáculo y la oratoria
sagrada cada día presenta más personajes que convirtieron a Dios en una
mercancía que ofrecen entre gritos, amenazas y aclamaciones disonantes.
Entre los que dicen creer se ve que su
fe vacila porque esperan de Dios una actuación muy al estilo de las empresas
humanas. Lo que más les interesa son los resultados. Claman a Dios, pero si Él
demora en responder con el milagro solicitado prefieren ir a casa de la
pitonisa para que les rece y conjure su mala racha.
También resulta evidente que las
montañas de conocimientos humanos han caído como avalancha y han sepultado la
sabiduría divina. No faltan los que de Dios se mofan e irrespetan a quienes
manifiestan que son seguidores de Él en alguna de sus advocaciones.
Hoy la fe se reemplaza con la arrogancia
de la ciencia y lo que no puede el saber humano simplemente no tiene lugar ni
tiempo y se reduce a una fantasía pueril o a un mito. En consecuencia, el temor
a Dios se ha borrado de la lista de las virtudes humanas. Porque si el ser
humano no tiene a su Creador como Padre es una estulticia nombrarle y una utopía
esperar su presencia en un mundo bullicioso y frenético.
Pero aún hay débil luz que ilumina a la
familia humana. Aún quedan personas excepcionales que, sin mayores discursos y
con la fuerza de su ejemplo de vida, enseñan los caminos que conducen hacia
Dios. Siempre, en todos los tiempos, estos iluminados han trazado los
derroteros espirituales a la humanidad. Ellos han recordado algunas verdades
que la algazara de estas épocas pretende ocultar. Sin ellas la vida marcha sin
principios ni propósitos y el corazón termina ahogado en el diluvio del hastío.
Para evitar caer este abismo sin
esperanza y sin luz recordemos que la muerte nos iguala a todos y ante ella
inclinan la cabeza los dueños del mundo y del poder. Así que busquemos la
humildad y alejémonos de la soberbia que dan las riquezas y los cargos de este
mundo vanidoso.
También traigamos a la memoria que Dios
llega a los corazones de quienes no dejan de esperar sus bendiciones y que pese
a todas las dificultades mantienen su confianza en Él.
La cruz, símbolo del cristianismo, está
formada por una línea vertical y otra horizontal. La primera nos invita al
acercamiento a Dios, pero no podremos llegar a su presencia sin pasar por la
aceptación del hermano que sufre, que no tiene trabajo, que carece de lo
necesario para vivir y que son oprimidos por las castas poderosas. Sin
contribuir a su libertad y bienestar el Salvador no podrá redimirnos.
Comencemos este año con el firme
propósito de servir a nuestros hermanos con verdadero amor y esperando que Dios
nos dé sus bendiciones por trabajar para Él en la construcción de un mundo
justo, solidario y pacífico.
Publicado en La Tribuna de Funza
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