Comunicación, paz y trabajo.


Publicado en La Tribuna Julio 2015


Eugenio de D'Ors escribió: "Una síntesis vale por diez análisis". Estas palabras cobran vigencia hoy ante el bombardeo informativo al que es so­metido el hombre del siglo XXI. Y es que si se hace un inventario de todos los instrumentos de la información, a los cuales acude el ser humano en su cotidianidad, se puede afirmar, con cierta admiración: Nunca antes como ahora dispone el hombre de tantos medios de comunicación.
Pero en esa enumeración detallada llamarían poderosamente la atención todos los productos de la nanometría. Artefactos cuyos cuerpos ocupan me­nos espacio y en los cuales se alma­cenan más datos que en aquellos que les precedieron. Además, en ellos se aprecia un aumento de la funcionalidad. Un celular, por ejem­plo, sirve para llamar, calcular, jugar, grabar imagen y sonido, navegar por el ciberespacio, etcétera.
Sin embargo, la multiplicidad de los artefactos tecnológicos no asegura por sí misma la comunicación humana. Se pueden tener cinco celulares y no utilizar ninguno para dar a conocer las ideas y sentimientos. Esto indica que la comunicación exige más actitud que ciencia, más humanidad que tecnología.
A veces, el ser humano se queja de su soledad y de la falta de instrumentos de comunicación, pero no se da cuenta que la primera se rompe con un poco de honestidad en la palabra, es decir, en la coherencia entre pensamiento y acción. Coherencia que conduce a valores como la lealtad y la amistad.  Coherencia que permite entender que no se puede predicar la paz con un fusil en la mano o enseñar cultura con normas despóticas o ejemplos de típica barbarie.
Tampoco se puede esperar la prosperidad en una sociedad donde el trabajo es una flor exótica que no encuentra al menos un huerto donde pueda madurar y dar frutos. ¿Cómo creer en el progreso general si a los jóvenes no se les brindan oportunidades de trabajo y a los que ya tienen experiencia se les rechaza por los años?
Como se puede apreciar es más fácil encontrar ejemplos para ilustrar el problema de la coherencia que negar la multiplicidad de los artefactos dedicados a la comunicación. Son tantos que podemos decir que estamos frente a una avalancha de instrumentos.   
Ante la avalancha de información sur­ge el problema del análisis y la sínte­sis de la misma, que se traduce en el temor a pensar. El hombre de hoy no ejercita la inteligencia y en sus actos se evidencia el poco desarrollo de su potencial representado en funciones mentales como razonamiento numéri­co, pensamiento crítico, inferencia lógica, fluidez verbal, representación mental, proyección de relaciones vir­tuales y otras que, si bien no se men­cionan, no dejan de ser importantes. Entre los estudiantes no falta la calculadora y entre los profesionales, el portátil. El ser humano se ha acos­tumbrado tanto a estas tecnologías que no ve la necesidad de elaborar conceptos propios a partir del análisis de los fenómenos. Si no hay un enla­ce que lo lleve a las respuestas que busca se queda en su ignorancia. Ayer el hipervínculo era el libro y los sabios lo reducían a sentencias demostrando así un gran poder de síntesis. No de otra manera nos fue­ron presentados los grandes pensa­dores.
Como consecuencia de los cambios anotados anteriormente, la inteligen­cia artificial vapulea la natural y la lo­cura se impone sobre la sensatez. La escuela generadora de valores y acti­tudes cede su puesto a la virtual manera de aprender don­de niños y adolescentes toman el ejemplo de héroes grotescos y violen­tos que se esconden en los nichos de los videos. La familia se debate entre el olvi­do y el descrédito mientras los hijos miran estupefactos la desunión de los padres. La patria rompe sus fronteras y el encuentro de culturas señala nuevas jerarquías entre los países. La cultura tiende hacia la estandari­zación y a la diversidad de las ideo­logías amenazan los fanatismos.

Es necesario que los seres humanos regresen a los parajes de la racionalidad, y que en el corazón reverdezcan valores como la tolerancia y la solidaridad. Si no se hace, un horizonte sombrío y de­safiante se cernirá sobre las esperan­zas humanas.

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