Elegía para un marinero
Un poema de Efraín Gutiérrez Zambrano
Es fácil, para muchos,
encontrar un marinero muerto
junto a una gaviota de arena
que lo consuela en su olvido
de las luchas entre mástiles
y velas.
Mirar al cielo no es lo
común entre los marineros
ni temer a los forcejeos del
barco con las olas.
Desde el primer día el mar
enseña al marinero
a flotar sobre el vaivén de
las olas
y a volar para seguir los
deseos de los alcatraces.
En las noches, la brisa
muestra su insólito vestido
bordado con hilos de luna
verde
y suspiros del coral que
sueña.
En el mar, lo sabe el
marinero, no hay fantasmas.
Entre las olas no hay nichos
donde se puedan refugiar
durante siglos y tomar forma
de espuma que levite
o erija el temor en el alma
de los que vigilan en la proa.
Sin olas, sin playa, sin
barco que lo llame,
el marinero se acuesta sobre
la arena
a esperar una gaviota que lo
cubra con su sombra
para protegerlo de las
miradas frías
y del sol inclemente que evapora sus anhelos.
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