Una lección de historia.
Escribió José Ingenieros en su
libro, ya clásico, que la envidia es la
pasión de los mediocres. Pero para complementar al pensador argentino debo
hacer un escolio.
La envidia, así lo enseña la
historia de la humanidad, nace de la carencia. Sólo se envidia lo que no se
posee. Sólo envidia quien no es capaz de emular y superar a quien sirve de
inspiración a su bajeza.
Vuelvo mis ojos hacia la Magna
Grecia y veo a Sócrates. Es día de primavera. El sabio espera el amanecer que
lo conducirá a la gloria. Por ser lámpara para el mundo sus enemigos, antes se
decían amigos de él, pues, eran sus alumnos, han conseguido que la injusticia
de Atenas lo condene a morir. Esa noche, la última de su existencia, está
leyendo. Quiere aprender un poema para exorcizar los temores que infunde la
proximidad de la parca. Ellos consiguen que el sabio muera, pero que crezca
para la historia el árbol de frutos dulces llamado la filosofía.
Siguiendo el curso cronológico
miremos la ciudad de Jerusalén. Es viernes, antesala de la pascua judía. Un
nazareno es condenado a muerte por enseñar que el perdón es la máxima expresión
del amor. Sus contemporáneos no lo pueden aceptar. Quien perdona es más grande
que quien condena. Por esta razón debe morir y dar un testimonio de vida que
ilumine a los siglos venideros.
Cambio de continente y de siglo.
Hoy es 6 de agosto de 1824. Este Bolívar que contemplo es un despojo de hombre.
Ha sido traicionado. Colombia le ha quitado los poderes que él no reclamó sino
que le quisieron dar. Perú lo ha llamado pero no le da sino el título de dictador
que es contrario a lo que el ama: la libertad. Está enfermo. La tuberculosis
cada día avanza más y la muerte se aproxima. Sus generales desconfían de su
pericia para vencer un ejército, que como en las anteriores batallas lo supera
en número, pero tiene el convencimiento de que la esclavitud es hija de la
muerte y debe ser derrotada. Al atardecer de un confín a otro se escucha que Junín
se suma a los laureles de su gloria.
Después de estos tres
ejemplos, pero pudiera agregar una centena y más, puedo concluir:
Al talento los hombres
responden de tres maneras: la admiración, la indiferencia y la envidia.
Si es la primera, su respuesta
se constituye en escuela que defenderá la persistencia de la idea de su
fundador.
Si la segunda, demostrará que
hay personas que son ciegas y sordas y con ellas no se puede contar para tejer
mejores días.
Si la tercera, debemos tener
mucho cuidado, pues, son los envidiosos los que incitan a la violencia, a la
destrucción y a la muerte. ¿No fue acaso Eróstrato, quien al ver la magnífica
obra de Fidias, la condenó al fuego? Pero las llamas no han dejado de arder
para iluminar al escultor griego como uno de los grandes impulsadores de la
belleza citadina.
Efraín Gutiérrez Zambrano
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