Camino hacia la luz.

Los seres humanos aspiramos a la felicidad perdurable, pero lamentablemente el camino se halla sembrado de lágrimas, dolores y tragedias que impiden que lleguemos a ella con la prontitud que deseamos y después logremos retenerla por el tiempo que se nos antoje. Pero que esto no sea una excusa para no salir en busca de la felicidad de los demás y por este medio, aunque parezca paradójico y extraño, encontrar la nuestra. Jamás debemos olvidar que nacimos para ser felices y que para llegar a esa meta debemos tomarnos de la mano y no claudicar en el propósito.
Mas desde niños dejamos que ideas contrarias a estos saludables fines se apoderen de nuestras mentes y nos impidan ver el horizonte del nuevo amanecer o la estrella que debe guiar nuestros pasos. Fácilmente creemos que la desdicha y la miseria humana son superiores al esfuerzo corporal y a la entereza del espíritu. Para muchos de nosotros resulta más cómodo sentarnos a contemplar el rostro ajado de la desdicha que la sonrisa plena de la satisfacción que proporcionan las buenas acciones. Pero con el paso de los días nos convencemos que esa posición de aparente comodidad no era más que un espejismo de esos que no sólo engañan la mente sino que son la causa de la quietud malsana que llena de moho el alma.
Ningún progreso humano es posible sin el esfuerzo y la decisión valiente de cambiar nosotros la forma de pensar y las actitudes y con rapidez ponernos en movimiento hacia esos niveles de vida donde brilla la paz y florece la prosperidad. El universo, y la vida misma, son consecuencia del movimiento y esta ley somete también al ser humano a estar siempre en permanente búsqueda de las verdades eternas que se esconden en la aparente y cambiante realidad de todos los días. Sin esos principios eternos en nuestra maleta de viaje seremos sólo caminantes del desierto donde la monotonía refulge y la muerte sin esperanza acecha.
Esas verdades, lamentablemente para muchos, son sólo creaciones de la mente o frutos de un razonamiento que se opone al placer que la posesión de las cosas da a los hombres. Es ese lazo extraño entre humanos y cosas el que nos ata a tal extremo que impide que salgamos al encuentro de lo eterno y perdamos de vista la inmortalidad a la cual fuimos llamados. Pero si miramos con objetividad el mundo veremos que en el poseer sólo se hallan la insatisfacción y la ambición. Las cosas desatan en el ser humano pasiones y celos que vinculan lo sórdido e instintivo a su espíritu y son la explicación posible a tantas conductas equivocadas que limitan en la muerte de muchos inocentes. Es, en la mayoría de los casos, por esos trebejos y cachivaches que el extraño se convierte en homicida, el amigo traiciona, el hermano mata y el hijo despoja. No hay codicia más infame que matar  por poseer lo ajeno. No hay envidia más detestable que la que cercena el amor  e incita a la muerte de quien posee lo que es su causa.
Si pensáramos en que la vida y las mismas cosas son pasajeras valoraríamos mejor esta bella oportunidad que se nos dio para buscar lo bello, lo grandioso, lo mágico y lo misterioso en el desprendimiento y en la generosidad. A veces nos preocupan tanto los objetos que olvidamos que los sujetos son lo valioso. En otras ocasiones nos dedicamos a acumular y en este afán pasamos la existencia sin darnos la oportunidad de disfrutar lo mismo que acumulamos. Lo que realmente nos queda es esa relación que establecemos con las personas y esas sensaciones que las buenas actitudes producen cuando obramos iluminados por la luz de la rectitud.
Pero Dios que nos creo libres, y que nos permite hasta rechazarlo, deja que la vida humana pase como el río que viene del páramo y se dirige al mar. Sólo contempla y espera que vayamos hacia Él con plena libertad y sin ninguna atadura a este mundo que en su apariencia crea reyes, dictadores, poderosos, usurpadores e ilusos que creen que nunca morirán y que tendrán que marchar hacia lo eterno sin otro equipaje que sus buenas obras.

Si comprendimos la lección, entonces elijamos compartir lo que tenemos y sonreír a los demás para alegrarlos en su caminar hacia la luz eterna. Sólo así seremos felices.          
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