Lo que me dejó la navidad


Publicado en el periódico La Tribuna, diciembre 8 de 2013 

La navidad no sólo tiene el sabor de la natilla y el buñuelo. Para mí lo más importante es descubrir en ella esa fuente de sabiduría inagotable que brota del nacimiento de un niño. ¿Y quién no ha tenido que pasar por ese bello camino sembrado de inocencia y ternura? O al menos es eso lo que uno puede pensar en una rápida retrospectiva de la propia vida. Es lo más natural, eso parece en la reflexión rápida y personal, porque el egoísmo humano nos ciega frente a otras vidas para quienes la navidad no tiene esos sabores porque personas que ya crecieron ahora olvidan que esas fiestas son el principal motivo de alegría para los niños. Fue por ellos, y por nosotros, que la cuna del pesebre se llenó de gloria y hasta los ángeles del cielo descendieron para ser testigos de ese inefable acontecimiento humano que revestía la grandiosidad de lo divino.
Cada niño que nace nos trae el mensaje celestial del amor y la ternura que en la fragilidad se esconde. Cuando soy testigo de un nuevo nacimiento recuerdo mis travesuras con una sonrisa en los labios y alejo de mi ceño la huella de la frustración. Cuando hablo con un niño o niña de tres o cuatro años me doy cuenta que él piensa, habla y juzga con una lógica simple, pero con un corazón puro que sólo reclama amor. Como adultos rechazamos esa simplicidad de la infancia porque en nuestra cabeza es más importante la confusión y la duda que la verdad que se halla en la sencillez de la vida y en la sinceridad de las palabras.
Para niños y niñas basta el detalle del regalo sin importar el precio, pero para nosotros el precio es un sinónimo de  la calidad y el tamaño del regalo magnifica o empequeñece el amor de quien a través de él lo manifiesta. Muchas veces he visto a adultos burlarse de aquel que generosamente les ha obsequiado un cachivache o un pan. En cambio he visto la sonrisa agradecida de un niño que recibe un juguete barato o de segunda mano porque en los infantes es la gratitud la que florece en sus ojos y en sus labios cuando son objeto de atenciones.                       
Cuando dejamos la infancia perdemos la inocencia y hasta nos burlamos de los que todavía creen que deben escribir una carta al niño Dios pidiendo en ella la realización y satisfacción de sus proyectos. Hasta he visto a más de uno recriminar al amigo porque a sus hijos enseña tales tradiciones, dizque para ellos esto es un simple mito, una mentira y los niños deben conocer las verdades crudas de la vida. Ante estos personajes me quedo en silencio y me pongo a recordar que es gracias a esa imaginación fantástica de los niños que aún el mundo tiene motivos de alegría indescriptible y que cada navidad es una oportunidad para enseñar al niño que somos hermanos y que debemos compartir con todos no sólo las sensaciones que nos embargan sino los alimentos que nutren y las ropas que calientan y dan a estas fiestas de fin de año el sabor de humanidad.
Pero, lamentablemente piensan muchos, como ahora ya soy grande puedo cortar y matar todo lo que era de niño y así salir por las calles a decir a los cuatro vientos que soy una persona madura y olvidar la responsabilidad que tengo frente al camino que debemos transitar como hermanos en busca de la felicidad colectiva.
Con necesidades y egoísmos de los adultos para que sean infelices atribulamos a quienes son el objeto de estas fiestas. Si algo bello tiene la navidad es su espíritu alegre y alejado de ambiciones y tacañerías. Eso dicen las canciones que para esta época del año nos han dejado tantos compositores e intérpretes. La navidad es tiempo de reconciliación y gratitud; es la gran oportunidad para compartir.  Por eso no entiendo que ante tantos testimonios de diferentes tiempos y culturas, hoy después de más de veinte siglos, sigamos sin comprender que aquel que inventó la navidad sólo quiso que todos sus hijos se amaran unos a otros y compartieran lo creado y fueran felices y vivieran en paz. Y a quienes lograran comprender su voluntad y llevarla a la práctica les daría el regalo de la navidad eterna en su morada celestial.       

Los invito a leer Cavilaciones y Escolios. Pueden solicitarlo a su autor mediante un correo a efraguza@gmail.com 


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