Entre bicicletas  y votos.
Por Efraín Gutiérrez Zambrano

Colombia vive dos momentos de suma importancia para su historia, pero esos tiempos, aunque son sincrónicos, si se analizan son antagónicos. Comencemos por buscar las ventajas de las bicicletas y encontraremos que son el medio de transporte más barato y saludable, tanto para el usuario como para el medio ambiente. En el deporte, la bicicleta todavía cuenta con espacios públicos donde puede la juventud entrenar sin tener que pagar las altas cuotas de entrada al club donde sólo los de blanco y dinero pueden ingresar. Así el ascenso social que debiera dar la educación (en entredicho por estos días como consecuencia de sus pésimos resultados) lo tiene el ciclismo y ha servido a jóvenes humildes para subir al podio y coronarse con la espumosa y efímera emoción del triunfo. Pero han dado al pueblo, así sea momentáneamente, la esperanza que la política se niega a sembrar y donde sus protagonistas, contrario al buen ejemplo de solidaridad y trabajo en equipo de Nairo Quintana y Rigoberto Urán, se empeñan en arrojarse a la cara los peores improperios que denuncian la falta de respeto a sus conciudadanos y la pobreza de argumentos de los debates electorales de los últimos años.
Mientras los políticos se sacan sus trapos al sol, los ciclistas se ponen orgullosos las camisetas de líderes que los distinguen ante el mundo como guerreros vencedores de las grandes montañas y donde uno, como espectador siente que la lágrima se abre paso entre el mar de emociones que despierta su disciplina y esfuerzo por hacer de su país una nación grande y mostrar ante el mundo el coraje de una raza que no se deja apabullar por las dificultades, algunas de las cuales tienen su origen en las pésimas políticas y la corrupción galopante de una clase que no sabe gobernar y que no tiene la fuerza moral que dan los valores e ideales de humanidad.
Ciclismo y política son dos caras, no de la misma moneda, sino de la realidad que nos alegra  con la magnanimidad de los humildes y nos llena de vergüenza con el cinismo y la soberbia de algunos dirigentes a quienes se les olvidó  que el cargo que el pueblo les designa mediante el voto es una oportunidad para servir de manera digna y oportuna. Que es por este servicio que la gloria imperecedera se reserva a quienes han hecho de sus respectivos pueblos remansos de paz, prosperidad y cultura. Que debieran ser los políticos, como personas que han tenido el acceso a una educación superior a la de muchos deportistas, los que apuntalaran como faros en los tiempos de crisis tanto en las calles de la ciudad como en los caminos de las veredas para que las gentes hallaran los derroteros hacia un destino de grandeza.   

Pero los políticos no entienden que el destino que nos hermana y espera no será posible si a la paz se le mira como una mera oportunidad y no como un proceso que debe continuar porque el pueblo así lo plasmó en la Carta Magna cuando resaltó que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Viéndolos en esta carrera, no de bicicletas sino de votos, veo a Oscar Iván Zuluaga como el que quiere y no quiere y Juan Manuel Santos como el que manda, pero no tiene la claridad de su mandato. Con estos ciclistas, esta carrera hacia la paz no depende de ellos porque les falta la garra de los campeones y la sabiduría propia de los buenos dirigentes. Sólo el pueblo, que se dice es superior a sus dirigentes, tiene en su voto la oportunidad histórica de llevar al podio a quien de verdad se comprometa a traernos de La Habana no la paloma sino el acuerdo que se pueda implementar para asegurar a nuestros hijos y nietos una Colombia digna y grande donde ellos puedan sin temores pedalear hacia sus metas personales y que éstas se conviertan en motivos de orgullo nacional.  

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