La efigie del fundador

“Por sus obras los conoceréis” dijo el gran Maestro de Nazareth. Y para corroborar sus palabras hallé dos que me dejaron perplejo:
Resultado de imagen de edificios imponentes del mundoLa majestuosidad del edificio apabullaba a quienes se atrevían a mirar hacia los cielos que la luz solar inundaba. No había la menor duda: era el mejor de la ciudad. Su autor, el mejor arquitecto. La imponente edificación remataba en un pequeño obelisco y sobre su punta, el busto del fundador de la empresa, quien había mandado construir la magna sede. Entonces en mi mente aparecieron las imágenes del hombre que lo diseñó. Lo vi en largas jornadas planeando y haciendo la maqueta. Experimenté la sensación triunfadora de aquel día cuando aprobaron el proyecto. Los meses de trabajo de las cuadrillas de obreros que seguían al pie de la letra las instrucciones del arquitecto. Y entre risas y cantos, mucha gente el día de su inauguración. Pero mi mayor asombro era ver la efigie moldeada en bronce que parecía de oro bajo los rayos del sol. Toda esa mole de concreto, hierro y cristal rendía homenaje a un hombre. Entonces como rayo, una pregunta surcó mi cerebro: ¿Quién formó a ese hombre? Sé muy bien que no faltará quien me diga que Dios. Pero no. Él es la causa eficiente, el hacedor. Mas mi pregunta atañe al formador. Y después de indagar entre las gentes de la pequeña ciudad para eliminar las dudas llegué a una conclusión que el mismo arquitecto me otorgó cuando dialogué con él. −Mira, me dijo, los dos tuvimos el mismo maestro. Él se hizo industrial; yo, arquitecto. Pero cometimos un pecado de ingratitud. Pecado al que se llega por soberbia y vanidad. El día de la inauguración del edificio no invitamos al maestro. Cuando reflexionamos y quisimos hacerle el homenaje que se merecía, uno de nuestros compañeros nos desanimó con la noticia de su muerte. Nosotros moldeamos nuestras obras, pero los maestros dan forma a los sueños e ilusiones de sus educandos. Nosotros sabemos exactamente lo que deseamos cuando hacemos bocetos y maquetas, pero los maestros de verdad sólo atinan a señalar el camino por donde transitarán sus pupilos y son los años los testigos del perfil que les dieron en las aulas donde, pequeños e inconscientes, formaron sus mentes y almas. Efraín Gutiérrez Zambrano Bogotá, 15 de enero de 2009

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