Sin exigencia no hay excelencia educativa.



Hoy asistimos a una crisis de autoridad que origina en la institución educativa la insuficiencia en los aprendizajes de los estudiantes en comprensión lectora, ciencias, matemáticas y competencias ciudadanas.  Es una realidad compleja y contradictoria que afecta la vida escolar y social. Sin autoridad la exigencia académica es solo una pretensión inocua y el fracaso educativo la consecuencia lógica de un proceso que requiere vivencia de valores fundamentales como el respeto, la disciplina y la autonomía.
La vivencia de los valores crea la atmó
sfera que necesita respirar el estudiante para que pueda asimilar el conocimiento. Un aire contaminado por los malos ejemplos de los adultos afecta el aprendizaje de los alumnos. Es una enfermedad grave que afecta la comunidad escolar y se refleja en la proliferación del lenguaje soez, la inapetencia lectora, la superficialidad del conocimiento, el uso inadecuado de la tecnología, los conflictos que rompen la armonía de la convivencia y la carencia de un proyecto de vida que invite a soñar y a vivir.
Desde que los que orientan el sistema educativo tomaron, hace años, la decisión de facilitar la obtención de un título y olvidaron que la idoneidad y la integridad no la pueden transferir en el cartón condujeron al fracaso de la escuela. Este mal que erosionó la estabilidad de las instituciones democráticas y bifurcó la ciencia tuvo su origen en la "revolución culturar" que en los años 60 del siglo XX fortaleció el libertinaje y el afán de lucro para consumir baratijas sin examinarlas con sentido crítico. En aquellos años, Suecia, a la que siguió Inglaterra optaron por rebajar los niveles de exigencia, mientras Finlandia los subió y los resultados hoy se evidencian en las Pruebas Pisa.
Es que no basta con titular sino se enseñan los valores y principios que respalden la adquisición de una formación integral que despierte el amor al conocimiento sin olvidar la solidaridad y la justicia, valores básicos para la sostener el desarrollo de los pueblos y la paz universal.
Es importante regresar al pasado para rescatar algunos de los valores de generaciones pasadas como la llamada baby boom, heredera de la lucha por el respeto a los derechos humanos y la inclusión de las minorías en las promesas de prosperidad.  
Para conseguir una sociedad sana hay que hacer resucitar el espíritu familiar orientado por el compromiso y el amor. Pero esta tarea no se puede realizar sin el concurso de padres y madres que se unan a los docentes en la exigencia. La colaboración mutua de familia y escuela redundará en el surgimiento de una sociedad más culta y comprometida con el bienestar común, a la que se agregue el respeto como base de la convivencia humana.

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