Cuando yo sea grande

 


No hace muchos días uno de mis nietos me dijo en tono serio: Cuando yo sea grande pienso viajar a París, pero no lo dejaré solo porque me lo llevo. Entonces me llegó un tropel de ideas y hasta hoy que es jueves 4 de marzo de 2021 comencé a reflexionar sobre esas palabras desde las primeras horas del amanecer.

Recordé que esa misma expresión acompañó mis sueños cuando jugaba canicas o cinco huecos. No tenía celular, tampoco me preocupaba viajar a la Ciudad Luz y no me importaba ese proceso de crecer que es común en todos los seres vivos. Para ser sincero ninguno de mis amigos o familiares me tomó en serio. Algunos de mis sueños, lo reconozco desde la esquina del tiempo donde me hallo, fueron causa de risa, mas no por ese motivo me frustré para siempre.

Hoy, para no cometer el mismo pecado con mi nieto, (estamos en Cuaresma), hago el ejercicio de pensar en lo que su espíritu inocente quiso comunicarme y ahora es mi deseo compartirlo para honrar a los niños que poseen sabiduría, pero que nosotros los adultos rechazamos.          

Para crecer de acuerdo con la ley universal es necesario hacerlo en todas las dimensiones: física, intelectual y espiritual.

A la primera se dedican los mayores esfuerzos y mucha de la riqueza acumulada proviene de ese defecto llamado vanidad que impulsa a gastar en mejorar el aspecto del rostro y a disminuir los excesos en algunas partes del cuerpo. La cosmetología y los gimnasios son claro ejemplo de esa necesidad intrínseca de agradar a los demás y, algún ególatra, bello para sí mismo y a quien le digo en tono coloquial que, aunque tengas la más exótica de las bellezas, de nada te sirve si a ella no juntas la bondad del corazón.

A la anterior podemos agregar como apéndice la económica. Algunos dirán que debe ser principal y no subsidiaria, pero en mi concepto considero el dinero accidental y no como requisito fundamental para alcanzar la excelencia. La historia de la humanidad demuestra que muchos de los grandes personajes nacieron en hogares humildes y con privaciones que les sirvieron como acicate para perfeccionarse. No doy ejemplos porque sería una lista interminable. En cambio, muchos de los afortunados, si lee sus biografías lo comprobará, no crecieron de manera armónica porque su corazón se llenó de vanidad y avaricia. Aprovecho la oportunidad para repetir que la mayor riqueza es el trabajo.         

En la segunda hay tantos puntos de vista como ideas sobre el intelectual. En estos tiempos de redes virtuales hay mayores peligros en la búsqueda de la verdad porque no se exige tanto esfuerzo como ayer para la investigación, sino que basta con un clic para encontrar miles de páginas que brindan información, pero no es fácil encontrar juicios y tratados que sean el producto de la reflexión y la metodología científica. Las universidades actuales producen muchas tesis que si las ponemos en el crisol no pasan la prueba, pero si sirvieron para certificar a un profesional que posee el cartón sin el respaldo del conocimiento, es decir, una tabula rasa, parafraseando a Locke.

Al pasar a la tercera en esta lacónica enumeración de dimensiones humanas nos encontramos con una que algunos “intelectuales” ponen en duda, pero quienes creemos en los valores trascendentes llamamos espiritual. En ésta la ética y la estética tienen sus raíces. En valores, las nociones de las personas difieren, pero coinciden en señalarlos como la base sobre la cual se levanta la excelencia humana. Los pueblos y personas del pasado que mantenemos presentes, no sobresalen hoy por aquellos bienes materiales que poseyeron sino por los valores que les dieron brillo para iluminar a sus coetáneos y a las generaciones futuras.

Es en la personalidad donde brilla la belleza auténtica, sobresale el talento y se aprecia la bondad del corazón. Pero a esta grandeza de la dignidad humana solo puede llegar el niño a quien su familia y su comunidad supieron guiar mediante el buen ejemplo y la apología del esfuerzo.        

 

Tomado del libro Reflexiones que cambiarán su vida de Efraín Gutiérrez Zambrano  

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Página Web de la Editorial:

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Página del autor:

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