Ese afán de atesorar
En estos tiempos de la Nueva Era los libros de autoayuda y superación abundan. Cada día son innumerables los programas de radio y televisión que se emiten, internet está saturado de páginas sobre el tema, los fines de semana aparecen en la prensa avisos sobre seminarios que dictan muchos conferencistas especialistas en la materia o bien recorren las ciudades pregonando ideas salvadoras. El común denominador son las soluciones a los problemas de la vida cotidiana. Parece que todos conocen y son expertos en el arte de vivir. Sin embargo, al indagar en la vida de los seres humanos y la de estos mismos guías, se puede observar que el hombre no puede existir sin problemas y dificultades. Y lo que es peor, aún no sabe a ciencia cierta cómo se deben resolver.
Es importante reflexionar
sobre el fenómeno, aún a riesgo de caer en las trampas de quienes ofrecen esas
"soluciones’’, pero es mucho mejor caer en la equivocación que permanecer impávidos ante una realidad que golpea y fustiga. Cada
día los medios traen con sus noticias un aire de pesimismo que es indispensable
remover para no caer en la desesperanza. Es conveniente buscar las raíces para comprender
mejor el presente y mejorar la visión del futuro. Para cumplir con este propósito resulta
provechoso leer un fragmento de la Apología
de Sócrates escrita por Platón:
“Mientras me quede,
pues, un soplo de vida, mientras sea capaz de ello,
estad seguros que no cesaré de filosofar, de exhortaros y de hacer reflexionar
a todo aquel que de vosotros se cruce en mi camino... y muy especialmente con
vosotros, atenienses, ya que estoy más cerca de vosotros por la sangre... tan
sólo os pido: cuando mis hijos sean ya hombres, atenienses, castigadles, castigadles
atormentándoles como yo os atormentaba a vosotros, en cuanto creáis advertir
que se preocupan del dinero o de cualquier cosa que no sea la virtud. Y si se
atribuyen méritos que no tienen... reprochadles por desdeñar lo esencial y
atribuirse aquello que no les corresponde. Si de tal modo obráis, seréis justos
no sólo con mis hijos, sino conmigo”.
Sócrates, como se puede
colegir del texto anterior, tenía una forma burlona, para muchos, de preguntar
y expresar sus ideas disimuladamente, fingiendo ignorancia y teniendo como meta
una moral basada en el propio conocimiento y que los latinos tradujeron como el
nosce te ipsum. De ellos la civilización occidental heredó el
imperativo: conócete a ti mismo. ¿Para qué la razón y este mandato si no
tenemos el valor de buscar el conocimiento que nos lleve a una comprensión de
la naturaleza humana? ¿Por qué mostrar asombro ante las interrogaciones que
plantea el macrocosmos si aquellas que nacen del ser interior no representan
mayor interés? ¿Qué se puede hacer con el conocimiento de los paisajes
interiores del ser humano?
No se puede negar que la
comprensión de los fenómenos que ocurren en el mundo interno del ser humano
constituye una valiosa herramienta no sólo para dirigir la vida misma, sino
ante todo para mejorar la condición humana. Esto quiere decir que aquel que se
conoce a sí mismo tiene una mayor comprensión sobre el mundo físico, familiar,
social y cognitivo porque es un hombre dueño de su razón y orgulloso de su
libertad.
Es bueno tener en cuenta que
los seres humanos alcanzan un conocimiento sin haberlo buscado y que los
griegos llamaron doxa, opinión. Es un conocimiento que viene de la
simple experiencia diaria de vivir, referencial, externo. En un segundo nivel
se encuentra un conjunto de saberes sistematizados, externos también, llamado
ciencia.
Y por último se halla el
conocimiento interior al cual no se le presta mayor importancia. Ese conocimiento
es llamado por algunos, sabiduría. No
alimenta como los otros anteriores la sed de conocimiento presente que tiene el
ser humano, pero da luces sobre cómo conducir la vida para que no tengamos que
arrepentirnos de lo que hacemos. Ese saber nos lleva por caminos insospechados de
paz y gozo en el vivir y creo que eso es más importante que muchas baratijas a
las que aspiramos y que luego nos llenan de tedio al conseguirlas. El hombre de
hoy está rodeado de cosas que no le dejan ver su destino inmortal, pero aún hay
débil luz entre los hombres y algún día se darán cuenta que tanto afán de atesorar
no lo lleva sino a guerras y hambre generalizado que alimenta odios, envidias,
rencores, y ambiciones.
Efraín Gutiérrez Zambrano en su libro CAVILACIONES Y ESCOLIOS
Tema
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