La perversidad de los malos ejemplos.

Efraín Gutiérrez Zambrano Publicado en LA TRIBUNA edición 111 

El pasado 20 de julio celebramos el bicentésimo quinto aniversario del grito de independencia de nuestro país. Para conmemorarlo el gobierno nacional, como es costumbre, en la mañana hizo desfilar sus tropas por las principales avenidas de la capital y la televisión transmitió a la nación pequeños detalles del acto. Este año sobresalió el esfuerzo de aquellos a quienes las minas antipersona dejaron mutilados, un gozque con sus travesuras y los regalos que llovieron.

Pero al mirar detenidamente y analizar las conductas ciudadanas en tan importante efemérides, me llama la atención ver que esas escenas en la pantalla despiertan, a veces, destellos de patriotismo en pocos espectadores. Los hechos cotidianos y la forma como los colombianos celebramos esta fiesta muestra que el amor a la patria ha disminuido tanto como otros valores esenciales para la convivencia pacífica y la prosperidad tan anheladas.
Obsérvese, por ejemplo, que en algunas edificaciones gubernamentales y contadas residencias ondeaba el tricolor, que según enseñaron los maestros de antaño, representa la grandeza de la patria. Ahora en los municipios colombianos no se escuchan las bandas marciales de los colegios ni las canciones autóctonas que convocaban el aplauso unánime de las gentes que se congregaban en la plaza principal.
Ahora veo, no sé si con nostalgia o con vergüenza, que los tiempos han cambiado y, con ellos, las buenas costumbres. Pero todo tiene una causa y una consecuencia. La causa son los malos ejemplos de los mayores y la consecuencia, la niñez y la juventud a la deriva y llena de vicios.
Y aunque los malos ejemplos abundan en nuestros políticos, que son los líderes del pueblo, sólo me detendré en el que exhibieron los padres de la patria en la tarde del 20 de julio cuando el presidente hablaba en el recinto del Capitolio.
Devuelvan la película y verán a los senadores y representantes del Centro Democrático comportarse como verdaderos bárbaros en el templo de la democracia colombiana. Otros, de diferentes colectividades, dormían plácidamente como si estuvieran en mullidas camas.
Creo que nadie podrá objetar que los dos son pésimos ejemplos para nuestros niños y jóvenes, pero detengámonos en lo que hacían los despiertos.
Así como se acepta el término cursilería entre los amantes de la estulticia debiera tenerse en cuenta la expresión ramplonería política para definir los comportamientos del ex presidente, actual senador y su bancada, que parece obedecerle sin deliberar sus órdenes.   
Todo indica que estos ilustres demagogos no distinguen entre conceptos y personas. Se puede estar en desacuerdo con el otro en atención a sus ideas pero no se le puede menospreciar como persona.
El respeto y la tolerancia son valores sin los cuales la convivencia pacífica y la permanencia de las instituciones democráticas podrán existir. Hasta el más lego sabe que escuchar es una competencia comunicativa que debe distinguir a los seres humanos que, además de su cultura, tienen la obligación sagrada de enseñar con su ejemplo, ya que son los que trazan el derrotero a seguir por la gente que representan o dirigen.

Mirando en la televisión tan deprimente espectáculo recordé que Atenas, cuna de la democracia, perdió la guerra y su hegemonía frente a Esparta cuando los ciudadanos se dejaron guiar por el demagogo Alcibíades que se negó a escuchar los consejos de Pericles y a seguir las estrategias de Nicias, quienes eran amigos de una paz negociada y no una guerra declarada.           

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