El vacío del corazón humano.
Por Efraín Gutiérrez Zambrano
Hoy vive la sociedad una sensación
de vacío. Algunos
dirán que es una alucinación. Pero si se observa con la intención de hallar la
verdad de la aseveración inicial se puede ver que mucha gente tiene horror al
vacío. Se ve un hormiguero que se prepara para un largo invierno o un viaje sin
retorno. Tienen grandes superficies abarrotadas de todo lo que pudieran
necesitar ante la catástrofe que tal vez presagian.
Y no es para menos. No disponen de tiempo para educar a sus hijos e hijas
sino que se ocupan en actividades que produzcan dinero para comprar
pedazos de felicidad que contienen las cosas en su interior. Parece que eso
cree la gran mayoría adicta a la tecnología. Luego llenan los cuartos de niños
y niñas con artefactos que los esclavizan y separan de padres y hermanos.
La belleza del amanecer no constituye una noticia. Madrugan a mover sus
carros y aviones para alejarse de esa tranquilidad que irradia la noche con sus
estrellas. Buscan la angustia que nace de la tragedia para sentirse vivos e
independientes. Cada día añoran más velocidad para huir de sí mismos y alejarse
del silencio que es condición para reflexionar y crecer espiritualmente.
Tampoco soportan el silencio que levantó sinfonías, oberturas e
inmortales cuadros. En la ciudad actual se prefiere el desconcierto y es prácticamente
imposible hallar un lugar vacío para imaginar o contemplar el inefable lenguaje
de la brisa que viene del río o del bosque. En los bosques de un pueblo como Arlés
halló Vincet Van Gogh la luz de su inspiración y desde su humildad contempló el
pequeño dormitorio y las estrellas de la noche.
Quien tiene esa visión creadora comprende que es el espacio vacío donde
el arquitecto levanta su obra para desafiar el tiempo con sus vicisitudes. Es
en el ocio y el descanso donde se crea la fatiga o el estremecimiento de la
flauta y el violín.
Pero hoy se ve en muchos canales de televisión y emisoras de radio que
en las tertulias se atropellan sus participantes con palabras agresivas e
inoportunas que hacen desaparecer la riqueza del diálogo. El espectador se
queda con la impresión de que ninguno desea escuchar; sólo se advierte que hay
falsos líderes que tienen como único interés que sus ideas y su voz prevalezcan
sobre las de los demás. En sus manoteos se advierte que no hay en ellos el
espacio interior que reclama la sabiduría para habitar. Y quien desee aprender
de ellos debe alejarse para no caer con ellos en la vergüenza pública.
Aunque en el vacío no exista nada, quien se acerca a sus dominios se dará
cuenta que lo pueblan posibilidades. Posibilidades que pueden ser buenas o malas
según la intención de quien se acerque a él. De esto se desprende que puede ser
fecundo o desértico; vital o mortal según el paisaje que pinte el corazón
humano en sus paredes.
Al proseguir la marcha en esta senda del vació se encuentra el peregrino
con tres cavernas llamadas pasado, presente y futuro. Sólo hay luz y aire
en el hoy que permite mirar hacia atrás y hacia adelante. Paradójicamente es en
el presente donde el vacío arrebata al ser humano lo que desea y posee. El
vacío se abre como una flor del abismo cuando perdemos un ser querido o se
sufre el abandono de aquella persona de quien no se espera la traición.
Entonces, el momento se hace irrespirable y el vértigo muestra sus
peores colores. Los fantasmas salen de la inexistencia y los recuerdos toman
ese gris ceniza que acompaña a la nostalgia.
Pero cuando las reminiscencias provienen de la injusticia y la ambición
de poder y posesión de lo efímero y los que están de pie en esos espacios
despoblados son las víctimas, el dolor desgarra el espíritu con la sevicia demoníaca
de la venganza y en el horizonte oscuro se busca una ventana que muestre las
manos manchadas por la sangre. Esa situación elimina del
vacío la trascendencia, la luz del futuro, el camino de la esperanza y lo
reduce todo a soledad letal.
La aseveración inicial resulta
cierta si en el óleo del marco que delimita la sociedad actual los pinceles
dibujan paisajes como los que se aprecian hoy: el amor de novios es físico erotismo, la familia
es un recinto donde autoridad y valores se marcharon, la música es ruido acompasado,
el deporte es una bandera ajada de ambición sin sentido, el entusiasmo del
esfuerzo es euforia de la codicia, la oración es acción estática carente de milagros
y el encuentro se hace imposible ante la falta de respeto y confianza en lo que
se desconoce, pero emerge como Los Alpes
de las profundidades del espíritu humano.
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