La llama que no se apaga - Día de la independencia


La Virtud Olvidada: 

Un Llamado a Restaurar la República del Espíritu

Por un país que vuelva a merecer su historia

Desde los albores de la humanidad, las sociedades han erigido altares con piedras de sacrificio y fuego de esperanza, rogando por justicia y libertad. Colombia lo hizo también, y lo hizo con una vehemencia que aún estremece: doscientos quince años de raíces libertarias, sembradas por generaciones que soñaron con voz firme y caminaron hacia la utopía de la dignidad.

Hoy, esas raíces crujen. Lo que antes fue ceiba orgullosa parece ahogarse bajo el musgo del olvido. En los campos de batalla retumban nombres como el de Margarita Urrea, nuestra Antígona criolla, que se negó a mirar el sacrificio desde lejos y caminó hacia él con la nobleza de quien entiende que amar a una patria implica, a veces, morir por ella. Esa llama, sin embargo, no se ha extinguido; arde aún en quienes recuerdan.

Pero recordar no basta. Porque la historia no es museo, sino brújula.

En tiempos donde la política se ha convertido en teatro de máscaras y donde el discurso se disfraza de verdad para vender conveniencia, urge recuperar lo esencial: la virtud. Areté para los griegos, virtus para Roma. Excelencia cívica, ética incorruptible, compromiso con lo común.

Los Siete Sabios de Grecia —Solón, Pítaco, Quilón, Periandro, Tales, Bías— no son reliquias: son urgencias. Nos enseñaron que gobernar no es dominar, sino elevar. Que abdicar por amor a la democracia puede ser más heroico que cualquier cruzada. Que la educación forma guerreros de conciencia más temidos que soldados con lanzas.

Y sin embargo, ¿dónde están hoy esos sabios? ¿Dónde el político que no es estratega mecánico, ni orador de espejismos, sino alma de servicio público?

Como Diógenes, caminamos con un farol encendido en pleno día, buscando un rostro que no se haya rendido. Que no se haya vendido. Que no se haya apagado.

Porque la esperanza, aunque vieja, aún respira. En el maestro que forja ciudadanía digna. En el joven que debate con pasión. En el campesino que no negocia su voto. En el artista que incomoda al poder. En el periodista que no se doblega. En el ciudadano que elige la conciencia antes que el cansancio y el dinero sucio.

Este editorial no es una denuncia: es un conjuro. Es una lámpara encendida en medio del desencanto. Un llamado a restaurar los altares, no con mármol, sino con justicia. A revivir la política como arte noble, no como maquinaria de ambición. A sembrar virtud como única semilla fértil de república.

Porque la llama no se ha apagado. Y el país que soñamos no está dormido: está esperando que lo despertemos.

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Deseo invitar a los ciudadanos comprometidos con el proceso de independencia y libertad responsable a leer y difundir La loma de los vientos que es el libro con el cual celebro este aniversario y está dedicado a todos aquellos que enseñan y hacen de su oficio una canción de eternidad.   


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