Atardecer en el parque


Cansado de recorrer la ciudad me detuve en un parque. Al sol aún le quedaban unas brasas para calentarme. Me senté en el primer banco que hallé libre de hojas secas. Miré hacia la fuente que desafiaba la gravedad y al caer el agua pensé que es mejor detenerse en el camino que esforzarse para llegar a casa rápido sin haber disfrutado de las maravillas del paisaje. Correr sin sentido sólo produce enojo al descubrir que el día se fue sin haber alcanzado el horizonte. Además, del esfuerzo y el afán excesivos sólo quedan los dolores del cuerpo y los anhelos insatisfechos.

Mi reflexión se interrumpió cuando dos niños comenzaron a gritar y a pelearse. El motivo lo descubrí cuando las palomas levantaron vuelo para huir de sus gritos. En medio del forcejeo se rompió la bolsa donde guardaban el arroz y los granos comenzaron a brillar como diamantes bajo la luz del atardecer. El más pequeño, al verme sonriendo, se acercó para decirme que su hermano no lo dejaba alimentar a las palomas. Pero fue fácil convencerlo de que las palomas ya se habían ido a dormir cuando los vieron pelearse y el arroz estaba desperdigado por el suelo. Tal vez mañana vuelvan a buscar comida le estaba diciendo cuando llegó la mamá y les tapó la boca con un cono de helado. Entonces comencé a tejer un soliloquio:
Es difícil esperar la paz de un corazón que sólo pide justicia al estilo humano, es decir, partiendo el garrote por la mitad como Hammurabi o la mencionada Ley de Talión de la Biblia: Ojo por ojo y diente por diente. Un corazón así es digno de lástima porque no ve sino el frío alcance de la Ley y el que los abogados argumentan en los códigos. Con razón la historia humana está llena de guerras, conflictos y divorcios. La justicia humana como la Ley tienen el aspecto de una desolada estepa sin vida porque no prima el sentido común, sino el color de la venganza y en esos parajes no puede brotar la semilla de la paz que conduce al amor. Ni siquiera la muerte logra convencer al ser humano de lo árida que es la existencia para quien sólo reclama justicia y no se atreve a volver los ojos hacia los campos florecidos que regalan la paz y amor. Pero el corazón que busca la serenidad comprende que el amor es superior a la justicia y que el perdón es la máxima expresión del amor. El perdón libera del odio y sin odio hay libertad auténtica. Liberada el alma de lo nefasto opta por el perdón y junto a él viene la paz.
Cuando terminé de escribir en mi libreta, la luna comenzaba a saludar la ciudad y mi cuerpo reclamaba una cama. Entonces agregue otra línea antes de emprender el viaje: Una casa no es valiosa por su precio en el mercado, sino por la calidez humana que respiran quienes la habitan.
Tomado de Reflexiones que cambiarán su vida de Efraín Gutiérrez Zambrano

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