Feliz cumpleaños

 

Esa mañana, al abrir los ojos, observó que la luz del sol invadía su cuarto. Se levantó y corrió la cortina que daba a la calle. Frente a su casa, en el árbol, estaban dos pajarillos que lanzaban trinos al aire. En el cielo azul se advertía el espectáculo del día soleado. Después de acicalarse abrió las ventanas que daban al patio y comenzó a preparar su desayuno. Alcanzó a hervir el café y a tomar unos sorbos cuando llamaron a la puerta principal. Demoró en ir hacia ella porque no recordaba donde estaban las llaves. Al abrirla sus ojos chocaron con los de su vecino que sonriente le dijo:


—Perdón, pero no podría dejar pasar esta alegre mañana sin venir a saludarte — y le entregó una caja mientras hablaba—. Tú eres una persona que vives sin que nadie te moleste y estás acostumbrado a la soledad. Pero hoy es un día maravilloso y la maravilla eres tú. Feliz cumpleaños.

—Seas quien seas, eres un completo lunático. A quién se le ocurre venir a importunarme con semejantes palabras —replicó el hombre que quiso devolverle la caja y cerrar la puerta. Pero el vecino con una sonrisa lo detuvo y lo invitó a reflexionar con estas palabras:

—¿Es que no tienes motivos para ser feliz al menos el día de tu cumpleaños? Pensé que estarías lleno de alegría porque hoy es una bella oportunidad para agradecer a Dios tu existencia.

 —¿Cómo voy a agradecer si sólo he tenido que sufrir —dijo en tono huraño y continuó— ¿Acaso mi madre quiso que yo naciera? Creo que sí, pero para que fuera el mayor y la ayudara a cuidar a mis hermanos que fueron cinco. Tres varones y dos mujeres. Así que pasé mi infancia y mi adolescencia lavando pañales, haciendo de comer y limpiando pisos.

—Pero no debes ser ingrato con la vida —replicó el vecino con voz educada.

—Es que tú no viviste mi vida. Tan pronto pude trabajar mi madre me envió a una fábrica donde aprendí a curtir cueros y hacer zapatos. Al morir mi madre vinieron mis hermanos y se llevaron entre gritos hasta las cucharas. Me dejaron esta casa, pero porque yo la había comprado para mi madre que terminó su vida soportando atroces dolores por el cáncer. Aún me parece en las noches escuchar sus lamentos. Hace más de veinte años no veo a ninguno de los que ayudé a criar y como no pude casarme por estar cuidando de mi madre me quedé solterón.  Y hoy vienes a decir feliz cumpleaños a una persona que no conoce sino la tristeza que deja la ingratitud.         

—La ingratitud es el gesto de la pequeñez espiritual —prosiguió el vecino— ¿Acaso no eres bendecido por Dios? Mira que muchos murieron ayer o enfermaron, pero tú estás de pie dialogando conmigo y la salud es una gran bendición de Dios en estos tiempos en que la muerte ronda cual fiera hambrienta. Además, Dios siempre premia el esfuerzo personal y el servicio a los demás.  Él no te dejará solo.

—Pero a mí parece que me olvidó — y se distrajo mirando un taxi que se detenía frente a la casa. Del vehiculó bajó una quinceañera muy hermosa. Confrontó la dirección que traía en el celular con la de la puerta. Se dirigió a los hombres que dialogaban y preguntó:    

—¿Quién de ustedes es Anselmo? El dueño de casa se apresuró a contestar:

—Soy yo —dijo dejando ver en su rostro un poco de extrañeza.

—¿Tú eres mi tío? Porque si lo eres déjame darte un abrazo y un beso.

—¿Y eso por qué? — se atrevió a preguntar el vecino.

—Porque este hombre que tú ves ayudó en la crianza de mi madre y antes de morir me hizo prometerle que viajaría a saber de su hermano mayor y a cuidar de su vejez. Es que mi madre no hacía más que recordar que él fue como su padre y que estaba arrepentida de no haberlo visitado y servido como él la había servido cuando más lo necesitó. Así que escogí este maravilloso día para venir a decirle: Tío, muchas gracias por haber educado a la mejor madre del mundo. Ella me enseñó lo que soy. Y me dijo que no te fuera a olvidar. Tú tienes un corazón de oro y ahora necesitas que alguien te diga que te ama y te cuide. Aquí estoy yo para decirte:

— ¡Feliz cumpleaños, tío! Te amo y desde hoy cuidaré de ti.

 

Tomado de Reflexiones que cambiarán su vida de Efraín Gutiérrez Zambrano.

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