La Escombrera
Donde la memoria se excava
Fue el barro el
que sepultó a Armero, pero en La Escombrera fueron hombres sin alma.
Así comienza la voz de quien recuerda, de quien no olvida, de quien exige.
Porque si el desastre natural de Armero fue una tragedia sin culpables humanos,
lo ocurrido en La Escombrera, en la Comuna 13 de Medellín, es una herida
abierta que sangra por la acción deliberada de quienes decidieron enterrar
cuerpos y verdades bajo toneladas de escombros. Allí no hubo lodo, sino
silencio. No hubo avalancha, sino omisión. Y ahora, dizque —dijo una voz que no
entiende esto de perder trágicamente a un hijo, un hermano, un esposo— los
familiares reclaman lo que no les pertenece: el derecho a la memoria, a la
verdad, a la justicia.
El duelo como campo de batalla
Qué vergüenza
que el duelo sea también objeto de la lucha política. Que los muertos no sólo
salgan a votar, sino que los oculten
para no influenciar la opinión de los que desean ir a las urnas. Es repudiable
desde toda perspectiva que el dolor de las madres, esposas, hijos y hermanos se
convierta en moneda de negociación institucional. No se puede permitir, como
ciudadanos, que el sitio donde podrían estar los restos de más de 400 personas
desaparecidas sea disputado entre entidades, entre jurisdicciones, entre
intereses. Porque La Escombrera no es solo un botadero de escombros: es una
fosa común a cielo abierto, un símbolo de lo que Colombia ha querido enterrar
sin mirar.
Durante años,
los familiares de los desaparecidos han exigido que ese lugar se reconozca como
sitio de memoria. No por capricho, sino porque allí —según testimonios,
investigaciones y documentos judiciales— se presume que fueron inhumadas
clandestinamente víctimas de desaparición forzada durante la Operación Orión y
otros episodios de violencia urbana en Medellín. La Jurisdicción Especial para
la Paz (JEP) ha reconocido esta realidad y ha ordenado excavaciones, medidas
cautelares y acciones de reparación. Pero el camino ha sido tortuoso.
La pugna institucional: UBPD y JEP
En meses
recientes, la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD) fue
excluida de las labores forenses en La Escombrera, una decisión que generó
indignación entre las organizaciones de víctimas y defensores de derechos
humanos. ¿Cómo puede excluirse a la entidad encargada de buscar desaparecidos
del lugar donde se presume que están? La respuesta, como suele ocurrir en
Colombia, se encuentra en los laberintos administrativos, en las
interpretaciones legales, en los silencios institucionales.
Afortunadamente,
la Sección de Apelaciones del Tribunal para la Paz revocó esa decisión y ordenó
el regreso inmediato de la UBPD a las labores de búsqueda. Esta sentencia,
motivada por una tutela presentada por Luz Enith Franco Noreña —esposa de Arles
Edison Guzmán Medina, desaparecido en la Comuna 13—, reconoce que excluir a la
UBPD es contrario a su misión y al mandato legal que tiene. Además, exige que
se convoque a una mesa técnica para coordinar su participación y que se le
remita el Plan de Intervención Forense Fase VI para que pueda presentar observaciones
y articularse con la JEP.
Este fallo no
solo restituye funciones: restituye dignidad. Porque cada vez que se impide a
los familiares participar en el proceso de búsqueda, se les niega el derecho a
cerrar el duelo, a nombrar a sus muertos, a mirar de frente la verdad. Pero hay
muchos interesados en que se mantengan las sombras sobre un lugar donde a cielo
abierto debiera llegar la luz.
La Escombrera como lugar de memoria
Pero más allá
de las decisiones judiciales, La Escombrera se ha convertido en un espacio
simbólico. Allí, las organizaciones de víctimas han instalado siluetas negras
que representan a los desaparecidos. De lejos, parecen personas divisando la
ciudad. De cerca, son gritos mudos que exigen ser escuchados. Cada silueta,
cada retrato, cada acto simbólico realizado en ese lugar es una forma de
resistir al olvido, de encarnar la memoria en el territorio.
Porque la
memoria no es solo recuerdo: es práctica. Es acción. Es presencia. Y en La
Escombrera, los familiares han creado un sitio donde la ausencia se vuelve
cuerpo, donde el vacío se llena de sentido, donde el silencio se convierte en
palabra. Allí se realizan conmemoraciones, rituales, performances, lecturas,
cantos. Allí se exige verdad, justicia y reparación. Allí se espera —todavía—
encontrar los restos de los seres queridos.
El peso de los escombros
La Escombrera
es, literalmente, una montaña de escombros. Pero también es una montaña de
verdades enterradas. Entre 2001 y 2004, alianzas criminales aprovecharon ese
botadero para ocultar cuerpos. La guerra urbana se enquistó en los callejones
de la Comuna 13, y lo que quedó fue una topografía del horror. Hoy, ese lugar
representa tanto la violencia como la esperanza. Porque excavar allí no es solo
remover tierra: es remover historia.
Las
excavaciones han sido lentas, interrumpidas, burocratizadas. Se han encontrado
estructuras óseas compatibles con víctimas de desaparición forzada. Pero el
proceso está lejos de terminar. Y cada día que pasa sin intervención es un día
más de impunidad. Por eso, la decisión de la JEP de reiniciar las labores y de
incluir nuevamente a la UBPD es un paso necesario, aunque tardío.
La voz de los familiares
Los familiares
no piden milagros. Piden respeto. Piden que se les escuche, que se les incluya,
que se les reconozca. Piden que La Escombrera sea un lugar de memoria, no de
disputa. Que se convierta en un sitio, como Armero, donde puedan realizar sus
actos simbólicos, donde puedan llorar, recordar, exigir. Porque el duelo no
debe ser objeto de lucha política. El duelo es sagrado. Y cuando se convierte
en campo de batalla, en el objeto de la ambición de unos votos, se profana lo
más íntimo del ser humano. Se necesita haber nacido sin corazón en el pecho como
dice la canción para convertir a un muerto en imán para los votos.
En palabras de
una madre buscadora: “No quiero que me devuelvan a mi hijo vivo. Sé que eso
no es posible. Pero quiero saber dónde está. Quiero enterrarlo. Quiero que
tenga nombre, tumba, historia.” Esto
que la madre reclama no es otra cosa que la dignidad humana tan de capa caída
en este suelo colombiano.
La memoria como defensa
En Colombia, y
esa es la otra cara de la moneda, la memoria ha sido una forma de defensa.
Cuando las instituciones fallan, cuando la justicia se demora, cuando la verdad
se oculta, la memoria aparece como escudo. Y los familiares de los
desaparecidos han aprendido a usarla. Han convertido el dolor en acción, la
ausencia en presencia, el silencio en palabra.
La Escombrera
es uno de esos lugares donde la memoria se excava. Donde cada palada de tierra
puede revelar un nombre, una historia, una verdad. Donde el duelo se transforma
en lucha, pero no en lucha política, sino en lucha ética. Porque exigir verdad
no es hacer política: es hacer humanidad.
Conclusión: sembrar memoria en tierra removida
Fue el barro el
que sepultó a Armero, pero en La Escombrera fueron hombres sin alma. Y ahora,
los familiares —con alma, con fuerza, con dignidad— reclaman lo que les
pertenece. Reclaman el derecho a saber, a recordar, a nombrar. Reclaman que ese
sitio sea un lugar de memoria, de justicia, de reparación.
La Escombrera
no debe ser solo un botadero. Debe ser un santuario. Un espacio donde la tierra
removida revele lo que el país ha querido ocultar. Un lugar donde la memoria se
siembre, donde el duelo se respete, donde la verdad florezca.
Porque en
Colombia, la memoria no se archiva: se excava. Y el ser humano, aunque muerto,
no pierde su dignidad.

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