Sucedió en la Acrópolis


 


El Destino me hizo dulce,

dulce como un bombón.

Pero fue la dulzura de mi cuerpo

la causa de mis desgracias.

 

A los quince años fui a la playa

a disfrutar el misterio del amanecer.

El mar contempló mi desnudez.

Me bañó en espuma.

Sorprendí a los dioses con mi belleza.

 

Poseidón me lanzó la red.

Un salto ágil me dio ventaja

y logré huir.

 

Horrorizada pasé el día

agazapada en el acantilado.

En medio de la noche

cubrí mi cuerpo

y regresé a la ciudad.

 

Entré al templo.

Desde el frontón divisó

Atenea que era más bella

que su castidad.

 

En el propileo mis ojos marinos

hallaron al arrogante Poseidón.

Su violencia me hizo gritar.

Caí sin poder defenderme

de su impúdica caricia.

Al salir el dios llevaba en su rostro

mi virginidad.

 

Atenea arde en ira

mas a Poseidón

le ofrece el silencio.  

Mis cabellos convierte

en serpientes alevosas.

Quien mire mi fealdad

se volverá pétrea estatua.

Perseo me domina con su espejo.

Corta mi cabeza y la entrega a la diosa.

Atenea, sin saberlo, en su escudo

a todos enseña la injusticia,

pero no pudo evitar que el mundo

sepa que la superé en belleza.     

Efraín Gutiérrez Zambrano

en su libro

Presagios de los dioses

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