Una mala costumbre…
Valoramos las personas
cuando se han ido de nuestra vida.
Valoramos la salud
cuando estamos enfermos.
Valoramos las cosas
cuando las hemos perdido.
Valoramos el dinero
cuando nos falta.
Valoramos el tiempo
cuando estamos muriendo.
Valoramos la
familia cuando ya no la tenemos.
Valoramos el frío
cuando hace calor;
deseamos que haga
calor cuando sentimos frío.
No esperes que
alguien te enseñe cuando puedes aprender leyendo, pero tienes que hacer la
inversión en dinero y tiempo.
Cuando recibimos la
traición comprendemos cuando nos advertían que esa persona no correspondía a nuestro
afecto.
Vivimos de
recuerdos, anhelamos lo que tal vez no alcanzaremos, mientras el presente lo
desperdiciamos dejando ir minutos, horas y oportunidades.
Nos quejamos de
nuestros hijos pequeños;
luego, cuando
crecen, deseamos que vuelvan a ser niños.
Vivimos discutiendo
con nuestros padres, y luego cuando mueren deseamos retroceder el tiempo y
darles al menos un abrazo.
Nos quejamos de
todo lo que nos falta, y nos olvidamos de disfrutar lo que poseemos.
Vivimos lamentando
la omisión y acusando a otros para no
aceptar la responsabilidad de nuestras acciones.
Nos abstenemos de
sembrar porque el egoísmo es mayor que el placer de compartir la cosecha.
¿Por qué esperar
para decir te amo a la persona con quien compartimos techo y mesa?
¿Por qué no luchar
hoy para realizar el sueño del mañana?
¿Para qué guardar
sonrisas, abrazos y besos para que digan que somos fuertes?
¿Por qué darle más
importancia a la apariencia que a la autenticidad del carácter y reconocer
nuestras debilidades y limitaciones?
¿Por qué no pedir
perdón ahora que vive la persona a quien ofendimos?
Nunca creemos que
se nos puede acabar el tiempo hasta que la vida se apaga como el pabilo que el
viento sopla.
Nunca creemos que
podemos perder ese amor hasta que definitivamente nos dice adiós para siempre.
Nunca creemos que
vamos a morir hasta que la muerte nos abraza sin darnos tiempo de despedirnos.
¿Por qué no
disfrutar el sol mientras brilla en este día?
¿Por qué no permitir
que la lluvia lave nuestro rostro y refresque nuestra alma?
¿Por qué no
aprender a reír y a llorar sin presunciones e hipocresías?
Recuerda que el dolor
también es un gran maestro para quien lo acepta sin maldecirlo.
Si deseas ser mejor
no esperes ejemplos, sé tú el mejor ejemplo para muchos.
Y si quieres, lee
Secretos de los triunfadores y seguiremos dialogando.
Con cariño, Efraín Gutiérrez
Zambrano.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por su comentario