EL ESPEJO



Anoche, cerca de las ocho, Cándido me invitó a to­mar una cerveza. Noté en sus palabras y gestos una gran preocupación, pero no se lo hice saber. Cuando llegamos a la tienda pidió una cerveza y un aguardien­te. (Él sabe que no tomo cerveza.) Me dio un leve golpe en el hombro como diciéndome que le prestara toda mi atención. Saboreó la espuma que rebosaba el vaso y después de una breve pausa comenzó a hablar en voz tan fuerte que todos los presentes tuvieron que escu­charlo.

—El mundo es como un espejo, —dijo él—. Sobre la superficie se refleja lo que el hombre es. —Bebió del áureo líquido y continuó diciendo en tono airado sus ideas—. Cuatro de mis amigos murieron hoy. Dos de ellos, maestros de escuela. Los otros, simples acompa­ñantes. Y está bien que uno muera de viejo o porque una enfermedad incurable lo ataque. Pero mis amigos murieron a la luz del día y en la plenitud de su vida pro­ductiva. Y no por voluntad de Dios, sino a manos de os­curos y desconocidos verdugos. No me vaya a decir que lo lamenta porque eso es lo que todo el mundo hace, y al caer la noche, o como en el caso de hoy, a plena luz del día, los muertos siguen en aumento. El Estado se muestra inerme y el ciudadano, atónito. Cuando el mundo es violento es porque el hombre es violento. La muerte prematura de nuestros días es una verdad que exige una explicación. Y si ninguno se atreve a darla, intentaré la mía.

En el rostro de los asistentes se reflejaba la preocu­pación y el asombro. Unos y otros preguntaban los detalles del múltiple homicidio. Cándido hizo una pausa para saborear nuevamente la cerveza. Limpió su bigote blanco con la mano izquierda y, después de dejar el va­so sobre la mesa, continuó hablando con voz pausada.


—La familia se ha tornado violenta. En la casa el hombre golpea a la esposa y ellos a sus hijos y los hijos a los vecinos y la violencia avanza como fuego que se extiende con voracidad. En la escuela se enseña la violencia y en la sociedad se practican las di­versas formas de violencia. Pero ni la familia, ni la es­cuela, ni la sociedad aceptan que de sus entrañas nace la violencia. Es algo parecido a lo que pasa cuando miro al espejo y contemplo mis arrugas. Yo sé que es­tán sobre mi rostro, pero se las atribuyo al espejo para sentirme mejor. Pero al siguiente día el espejo me muestra una arruga más, y también, termino por acostumbrarme a ella. (Levanta y bebe hasta terminar la cerveza.) No debemos temer a las armas sino a los hom­bres que sin pensar las disparan. Nadie teme al espejo, sino a la fealdad.

Tomado de Reflexiones para un buen día, Quinta Edición.


Ya está en librerías la tercera edición de Secretos de los triunfadores de Efraín Gutiérrez Zambrano. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Oración del día

Oración del día

Oración del día