LAS ÁGUILAS
El
hombre —dice
Cándido— tiene dos nacimientos. En el primero, los padres hacen posible el
milagro de una nueva vida. El ser humano es incapaz de cortar el cordón
umbilical y un adulto lo hace por él. Pierde, entonces, la seguridad que le
brindaba el vientre materno, y expectante ante el mundo, agradece todo el amor
que le deparen. El hombre, por su condición de ser bio-espiritual, no puede
crecer en armonía desprovisto de amor. Es este sentimiento el que le dará la
seguridad en todas las etapas de su vida. Fácilmente, el hijo de Adán sobrevive
sin agua y sin alimentos si le prodigan el amor suficiente que lo anime en la
inanición.

Me gustaría mucho que aprendiéramos de la naturaleza,
pero el hombre de la selva de cemento y asfalto la acorrala para destruirla sin
darse cuenta que de ella depende su vida. El error, para continuar con el tema
que nos ocupa, no está en permitir que los pichones vuelen, sino en cortar sus
alas para impedir que se vayan y abandonen el nido. Es ley inexorable de la
naturaleza que los pichones abandonen el nido y vayan a buscar sus destinos.
Las águilas para vencer el temor de sus crías a volar, comienzan a llevar las
ramas del nido a otros árboles hasta que los aguiluchos comprenden que ha
llegado la hora de remontar las alturas. ¿Y hasta cuándo me va a tener
hablando? Sírvase un par de tazas de café, concluye.
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