Uno de los motivos que me impulsan a vivir.

Efraín Gutiérrez Zambrano    

Hay algo que maravilla en la naturaleza y el entorno cultural: la diversidad. Sabores, colores, sonidos, ideas y personas diferentes que enriquecen a quien se acerca a ese conjunto con mente abierta. Vivir esa diversidad es un privilegio de personas que rompen su egoísmo y admiten que el Otro es una oportunidad de crecer como personas con esas visiones e ideas. Ser cosmopolita libera porque saca del encierro a quien acepta el reto de ir a otras geografías, ya sea viajando o leyendo o escuchando música, y como la abeja que vuela de flor en flor, se nutre de variados néctares. Dios, creador del universo, deja estupefacto a quien admira su obra cuya esencia es la diversidad.
En ese jardín que brotó de sus manos debemos ser abejas que disfrutan el vuelo para posarse sobre las diferentes formas de las flores. Particularmente, esta manera de pensar me ha permitido alcanzar el gozo inefable al salir hacia otros mundos diferentes al mío. Romper la barrera del egoísmo incrementa el verdadero amor. Compartir con otros es causa de alegrías incomparables.
Para ejemplo tomaré solamente una de las características que identifican a los pueblos: su música. Confieso que de joven tuve la horrible idea de creer que no existía otra música que aquella que estaba de moda en esa década en que me asomé a los 15 años. Por aquellos días el egoísmo era mayor porque a menos años, más ignorancia. Hoy afirmo de manera categórica: Hay personas que se aman tanto a sí mismas que no pueden ser felices
ni amar a otra.
Gracias a Dios comencé a trabajar como locutor de una emisora local y al conocer su discoteca quedé asombrado ante la cantidad de discos de acetato que poseía. Escuchar voces y sonidos tan diversos dio a mi vida una altura insospechable en el ejercicio de la libertad. Un tango de Gardel, una ranchera de José Alfredo, un vallenato del inolvidable Alejo, una zamba de Los Chalchaleros, la flauta de una charanga española me trasladaba a España y el requinto despertaba el recuerdo de las bravías luchas en tierras de Santander. Subí a las tarimas para animar con el respaldo musical de las grandes orquestas del momento que contagiaban de alegría a quienes escuchaban sus acordes tropicales. Dúos, tríos y cuartetos fueron moldeando mi alma con boleros, pasillos y baladas. Abrir esas ventanas de la música llenó de paisajes y ritmos mi cerebro que cada día se hacía más versátil y me impulsaba a seguir explorando hasta encontrarme con polifonías, sinfonías y los incomparables valses de Viena donde la elegancia de los vestuarios me anonadaba.
Ahora gozo mucho transmitiendo mis vivencias y conocimientos a muchos jóvenes a quienes invito a salir de sí mismos para ir al encuentro de un mundo diverso que se mantiene en constante ebullición hasta que Dios siga disfrutando el magnífico espectáculo de mezclas, colores, sabores, texturas, sonidos y palabras. Tal vez por eso nos ama. Porque somos inquietos, bulliciosos, creativos y, algunas veces, miramos hacia el cielo para alabarlo. Mientras Él nos tenga paciencia, compartamos y disfrutemos las riquezas que nos dio.

      

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