¿Por qué destruimos lo que otros construyeron?

 



Ahora que la paz es una bandera que palidece ante tantos hechos violentos en nuestra bella Colombia y la incertidumbre se apodera del futuro de nuestros hijos y nietos, me asaltan muchas preguntas que caen sobre mí como aguacero recio. Pero sólo se deben tener presentes dos que considero más importantes:

 

¿Por qué debemos solucionar nuestros problemas con la destrucción? Destrucción de bienes materiales y personas. Estamos demostrando que somos un pueblo que al llenarse de ira sólo halla para el desahogo de su fuerza irracional acabar con lo que el esfuerzo colectivo construyó. Un individuo o un pueblo que obra de esta manera encaja perfectamente en lo que conocemos como inmadurez. Son más de doscientos diez años de vida republicana que nada han enseñado sobre la resolución de conflictos sociales. Definitivamente para Colombia las lecciones de la historia nada significan.  Aquí las bondades del diálogo se desconocen y cuando se acude a él, medio país se encuentra destruido.

 

¿Por qué para que la protesta se haga sentir las personas más vulnerables deben soportar la escasez de alimentos, la galopante subida de los precios y la imposibilidad de recibir atención médica oportuna porque se queman los vehículos y se cierran las vías de comunicación?

 

Es ilógico e injusto a todas luces que el ciudadano común deba pagar por la carencia de justicia social que origina los conflictos. Lo peor es que la injusticia que genera la violencia tiene como causa primera una clase política que siempre le ha dado la espalda al pueblo colombiano y ha legislado en favor de los expoliadores externos e internos. Veamos algunos ejemplos: Fueron leyes las que ordenaron un régimen de pensiones que sólo beneficia a los fondos y a los bancos que manejan el ahorro de los colombianos que deben pagar a esas entidades más porcentaje por administrar que lo que reciben como mensualidad quienes día a día con su trabajo llenaron sus arcas. Fue una ley la que hizo de un derecho fundamental como la salud una mercancía. Fue una ley la que privatizo las empresas de servicios públicos con la disculpa de que tenían que hacerlo para evitar la corrupción en ellas. Inteligente era atacar a los corruptos. Y la enumeración de injusticias se haría interminable.                    

 

Por tanto, si deseamos una prosperidad y una verdadera paz es necesario que el pueblo sepa que los congresistas son los que legislan y no apoyen a los que en elecciones dicen defender al pueblo y al sentarse a dormir en el escaño, aprueban lo que les mandan los dueños del capital que los sobornan.  Indispensable es que los empresarios cesen en su avaricia e inviertan en fuentes de trabajo con salarios decentes, no legales, y valoren los esfuerzos de un pueblo que no pierde la esperanza de un amanecer bajo un cielo sereno que nos cubra a todos. Pero que no sea el de la tumba.  


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