El Miedo como Herramienta Política
Manipulación en Tiempos de Crisis
En los momentos
de mayor incertidumbre, cuando la inseguridad se convierte en una sombra que se
cierne sobre la vida cotidiana, cuando los terroristas explotan carros y
cilindros de gas en calles concurridas, algunos políticos encuentran en el
miedo un aliado poderoso. No lo combaten, lo cultivan. Lo siembran como quien
planta semillas en tierra fértil, esperando que florezca en forma de votos,
obediencia y silencio. Esta estrategia, tan antigua como la política misma, ha
sido utilizada en múltiples contextos históricos para manipular a ciudadanos
que se sienten prisioneros de la impotencia ante la violencia, el caos o la
amenaza externa.
Pero en medio
de ese paisaje de horror, donde la muerte se disfraza de rutina, surge una
pregunta que el ciudadano no puede ignorar: ¿Quién financia ese terrorismo que
acaba con la vida de los inocentes que comen helados, que venden crispetas de
maíz, que trabajan como meseros en restaurantes o son simples peatones a los
que la muerte sorprende sobre el andén o la edificación cercana a la onda
explosiva?
La respuesta no
es sencilla, ni única. La financiación del terrorismo es un fenómeno complejo,
que se nutre de redes clandestinas, economías ilegales, y en ocasiones, de
actores que operan en las sombras del poder. Según la Unidad de Información y
Análisis Financiero (UIAF) de Colombia, los fondos que sostienen el terrorismo
pueden provenir de actividades como el narcotráfico, el contrabando, el lavado
de activos, o incluso de donaciones aparentemente legítimas canalizadas a
través de organizaciones fachada. El Grupo de Acción Financiera Internacional
(GAFI) añade que esta financiación puede incluir activos tangibles e
intangibles, desde dinero en efectivo hasta recursos naturales, bienes raíces o
instrumentos financieros.
En este
contexto, el ciudadano se enfrenta a una doble manipulación: por un lado, el
terror sembrado por quienes ejecutan los actos violentos; por otro, el discurso
político que instrumentaliza ese terror para consolidar poder, justificar
políticas autoritarias, o desviar la atención de problemas estructurales. La
democracia, en lugar de ser un espacio de deliberación racional, se convierte
en un teatro de emociones intensas, donde el miedo es el protagonista y la
razón queda relegada a un papel secundario.
El miedo como emoción política
El miedo es una
emoción primaria, profundamente arraigada en la biología humana. Nos alerta del
peligro, nos prepara para la huida o la defensa. Pero en el terreno político,
el miedo puede ser moldeado, amplificado y dirigido. Filósofos como Maquiavelo
y Hobbes ya lo habían identificado como un instrumento de poder. En El
Príncipe, Maquiavelo afirmaba que “es mucho más seguro ser temido que
amado”. Hobbes, por su parte, en Leviatán, sostenía que el miedo a la
muerte y al caos era el fundamento del Estado: los ciudadanos ceden parte de su
libertad a cambio de protección.
Este pacto
implícito entre seguridad y libertad es el terreno fértil donde algunos líderes
siembran el miedo. En lugar de ofrecer soluciones reales, exacerban las
amenazas, construyen enemigos, y se presentan como los únicos capaces de
proteger a la población. Así, el miedo deja de ser una emoción defensiva y se
convierte en una herramienta de control.
Del terror al voto en la historia
1. La Alemania nazi y el miedo al “otro”
Uno de los
ejemplos más extremos del uso del miedo como estrategia política fue el ascenso
del nazismo en Alemania. Adolf Hitler y el Partido Nacionalsocialista
explotaron el miedo al comunismo, al desempleo, y especialmente al “otro”: los
judíos, los gitanos, los homosexuales, los discapacitados. La propaganda nazi
construyó una narrativa en la que estos grupos eran culpables de la decadencia
alemana. El miedo fue el combustible que permitió justificar políticas de
exterminio y guerra.
2. Estados Unidos y la Guerra contra el Terror
Tras los
atentados del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de Estados Unidos, bajo la
presidencia de George W. Bush, lanzó la llamada “Guerra contra el Terror”. La
invasión a Irak fue justificada por la supuesta existencia de armas de
destrucción masiva, que nunca fueron encontradas. El miedo al terrorismo fue
utilizado para aprobar leyes que restringieron libertades civiles, como el Patriot
Act, y para consolidar apoyo político interno.
3. América Latina y el miedo al crimen
En muchos
países latinoamericanos, el miedo a la delincuencia ha sido instrumentalizado
por políticos que prometen “mano dura”. En El Salvador, por ejemplo, el
presidente Nayib Bukele ha implementado políticas de seguridad que incluyen
detenciones masivas y militarización de barrios. Aunque estas medidas han sido
criticadas por organismos de derechos humanos, su popularidad se ha disparado,
alimentada por el miedo de los ciudadanos a las pandillas y al crimen
organizado.
En Colombia,
durante las décadas de conflicto armado, el miedo al terrorismo y a las
guerrillas fue utilizado por distintos gobiernos para justificar políticas de
seguridad nacional, muchas veces en detrimento de los derechos civiles. En
campañas electorales, el discurso del miedo ha sido recurrente: “Si no votas
por mí, gana el caos”.
Democracia y miedo: ¿una contradicción?
La democracia
se basa en el libre ejercicio del voto, en la deliberación racional, en el
respeto a las libertades individuales. Pero cuando el miedo se instala en el
corazón de los ciudadanos, estas bases se tambalean. El miedo paraliza,
enceguece, como una neblina espesa que impide ver con claridad. En ese estado,
el ciudadano deja de ser sujeto político y se convierte en espectador, como
señala el filósofo Hugo Cox: “Frente al miedo, el ciudadano normal se
transforma en espectador de los hechos y deja de lado el sentido común, la
noción de realidad y verdad, para creer lo que le están contando, aunque sean
cosas imposibles”.
La democracia
no muere necesariamente por golpes de Estado. Puede ser erosionada lentamente
por discursos que apelan al miedo, por políticas que sacrifican libertades en
nombre de la seguridad, por líderes que construyen enemigos imaginarios para
consolidar poder.
La comunicación difusa y la manipulación emocional
Una de las
estrategias más efectivas para sembrar miedo es la llamada “comunicación
difusa”: mensajes ambiguos, rumores, exageraciones, que circulan por redes
sociales, medios de comunicación y discursos oficiales. Esta técnica altera los
patrones de comportamiento de la ciudadanía, genera desconfianza, y debilita
los lazos sociales.
En este
contexto, el miedo se convierte en una emoción colectiva, difícil de desmontar.
La inseguridad se percibe como omnipresente, aunque los datos no siempre lo
confirmen. La sensación de impunidad y de indefensión se instala, y los
ciudadanos buscan desesperadamente un salvador.
¿Hay antídoto contra el miedo político?
Sí, pero
requiere esfuerzo colectivo. La educación cívica, la formación de ciudadanos
críticos, la transparencia institucional, y la información veraz son
herramientas fundamentales para combatir el uso del miedo como estrategia
política. Como señala Adela Cortina, el miedo puede ser enfrentado con ética
pública, con participación ciudadana, con justicia social.
También es
necesario fortalecer las instituciones encargadas de garantizar la seguridad,
sin caer en la tentación de la militarización o el autoritarismo. El miedo al
crimen no debe justificar la violación de derechos humanos. La seguridad debe
ser compatible con la libertad.
Conclusión: sembrar conciencia, no miedo
Sembrar miedo
es fácil. Basta con amplificar amenazas, construir enemigos, y ofrecer
soluciones simplistas. Pero sembrar conciencia, sembrar ciudadanía, sembrar
democracia, es mucho más difícil. Requiere tiempo, diálogo, empatía, y
compromiso.
Los ciudadanos
deben aprender a reconocer cuándo el miedo está siendo utilizado como
herramienta de manipulación. Deben exigir políticas basadas en evidencia, no en
emociones. Deben recordar que la democracia se fortalece con participación, no
con temor.
En tiempos de
crisis, cuando la neblina del miedo parece envolverlo todo, es más necesario
que nunca encender la luz del pensamiento crítico. Porque solo así podremos
caminar hacia una sociedad más justa, más libre, y menos manipulable.
Que el miedo no nos robe la voz
El miedo,
cuando se convierte en herramienta política, no solo distorsiona la realidad:
la fragmenta, la ensombrece, la vuelve terreno fértil para la manipulación. Nos
convierte en espectadores de nuestra propia historia, paralizados ante el
estruendo de las explosiones, ante el discurso que promete seguridad mientras
erosiona nuestras libertades. Pero el miedo también puede ser un punto de
partida. Porque allí donde la neblina es más densa, donde la incertidumbre
parece invencible, también puede surgir la lucidez.
Cada ciudadano
que se pregunta quién financia el terror, quién se beneficia del caos, está
dando un paso hacia la conciencia. Cada madre que llora a su hijo caído en una
calle cualquiera, cada joven que se niega a votar por el miedo, cada voz que se
alza para exigir verdad y justicia, es una grieta en el muro del silencio.
No podemos
permitir que el miedo nos robe la voz. No podemos dejar que nos conviertan en
rehenes emocionales de sus campañas. La democracia no se defiende con armas,
sino con pensamiento crítico, con participación activa, con memoria. Porque
recordar es resistir. Y resistir es construir.
Que no nos
paralice el terror. Que nos movilice la esperanza. Que no nos cieguen las
explosiones. Que nos ilumine la dignidad y el deseo de hacer una patria digna
donde todos quepamos bajo un mismo cielo y una tierra en paz.

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