El dolor de la separación

El problema comienza cuando las dos gotas de
agua que flotan sobre las hojas del bosque se unen y al caer al suelo resuenan
con estrépito. El despecho como el desamor suelen causar mucho dolor al ser
humano. El amor por lo general trae dicha, pero al lado de ella suele venir
agazapada la desdicha. Pero no se tome lo anterior como un aforismo poético. Es
que la experiencia así lo enseña y negarlo es un gran error de apreciación del
amor humano. Mas bien pidamos a quien se haya enamorado y luego separado de su
pareja, después de varios años de convivencia, que nos haga una descripción
completa de su estado anímico y de la soledad que lo embarga. Seguramente que
con varias entrevistas y el análisis de los respectivos casos descubriremos los
diferentes niveles de intimidad y la profundidad de las heridas que deja la
separación.
Concretamente el ser humano queda destrozado
ante la pérdida irreparable del ser amado. Se dan los casos en que la
infidelidad aminora el dolor, pero el remordimiento se hace mayor. Pero sigamos
pensando en el amor ideal y donde los dos se han amado incondicionalmente y han
construido proyectos conjuntos con ilusiones y sacrificios compartidos. En los
primeros días sentimos las caóticas sensaciones de vacío y desasosiego que
desequilibran el cuerpo y el espíritu. Algunos se refugian en la soledad de los
aposentos y, abúlicos, pasan los días haciendo remembranzas que a cada hora que
pasa aumenta la tristeza y concluyen su periplo en la depresión enfermiza y
mortal. Otros tomamos el comino del alcohol y entregados a la vida bohemia
perdemos primero la dignidad y luego la salud hasta llegar hasta las riberas de
la muerte. No faltan los que llenan las paredes de la casa con fotografías y
objetos que les traigan a la memoria la presencia de ese ser que indiferente se
marchó, pero que anida en la profundidad del corazón maltrecho.
Quienes hayan amado de verdad y luego se
hayan separado saben que esto no son simples especulaciones sino tragedias
abismales que, a veces, son difíciles de superar.
Pero la vida es contradictoria y, en algunas
ocasiones, injusta. Allí en lo recóndito de nuestro ser nos damos cuenta que
aquella persona que ocasionó el rompimiento y es causa del vacío interior se va
aparentemente alegre y desde la distancia nos sonríe socarronamente.
Y en cuanto a los hijos el dolor de ellos
parece no importar a los padres y madres que se divorcian. Al momento de la
separación el egoísmo y odio cobran vida y afectan el desarrollo armónico y
feliz al que tienen derecho los niños y niñas.
Si al padre y la madre los unió el amor y en la gran mayoría de los
casos hasta lo han jurado ante el altar del Dios Creador, ¿cómo explicar el
odio con que describen a su pareja frente a las maleables mentes de los niños?
Y si sobreviene la separación o el divorcio hacen del hijo la víctima de un
destino funesto con la sarta de injurias que hacen dudar al muchacho o muchacha
de su origen humano. Sin importar la causa de la separación, ya sea natural,
justa o injusta, es más conveniente para el bienestar de la prole y la
convivencia de los seres humanos seguir el ejemplo de Anatole France: Adiós,
pequeña sombra de mi pasado, cuya ausencia me parecería lamentable si no
hallara tu imagen reproducida y mucho más bella en el hijo mío. (El libro de
Pedro I, Capítulo X).
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para los padres divorciados o que se piensan separar.
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