Las lecciones que el dolor imparte.
Para el ser humano es
difícil aceptar los cambios que la vida le impone. Basta con observar algunas
mujeres que se resisten a colocarse los anteojos que le son formulados para
leer porque dizque les disminuyen su belleza. Su vanidad no les deja comprender
que negarse a su uso habitual aumentará la miopía y con el tiempo podría venir
la ceguera. Y ciegas no verían la vanidad ajena ni el color de ojos que las
miren.

Resulta más arduo aún
reconocer que debemos tomar decisiones que de no hacerlo pueden causarnos la
muerte. Al paciente a quien los médicos le recomiendan la amputación de las
piernas a cambio de seguir con vida le es sumamente difícil la aceptación de su
nuevo estado. La respuesta inmediata, cuando nos vemos abocados a estas
realidades nefastas, es el resentimiento y la ira que él dolor de la pérdida de
los miembros produce. Y para los familiares y personas que aman verdaderamente
a esa persona la noticia les cae como mortal espada en el corazón.
Aceptar el hecho de
que vamos envejeciendo o de que somos vulnerables no lo concebimos con la facilidad con que descubrimos la
utilidad de las verdades lógicas o la enseñanza que deja la lectura atenta de
la historia de la cultura. Estos hechos que atañen directamente a nuestra
integridad y que la comprometen seriamente nos amilanan y dejan en nosotros
profundas huellas de dolor.
Si queremos evitarnos
mayores males es conveniente aceptar las lecciones que el dolor imparte. Si las
aprendemos conseguiremos la paz que anhelamos en momentos en que todo parece
derrumbarse en el interior de nuestro ser. Jamás debemos olvidar que la vida
está tejida de lágrimas y risas. Y si hacemos un inventario riguroso nos
daremos cuenta que son más las causas de insatisfacción que las de júbilo. Pero
no por este resultado debemos sentirnos pesimistas. Las pérdidas irreparables
generan tristeza y la tristeza exige la valentía para encararla o de lo
contrario atraerá la muerte con mayor celeridad.
Cuando nos sobreviene
una enfermedad mortal tenemos la obligación de convivir con ella y una buena
disposición del ánimo es mejor medicina que los fármacos que nos formulan. Negarnos
a aceptar nuestra nueva condición empeora la salud y causa en las personas que
nos aman mayor dolor ante nuestra apariencia deprimida. Una vez que nos
aceptamos el cambio que se opera es indescriptible y la vida recobra su curso normal. Cuanto más
nos resistimos mayor es la intensidad del dolor en nosotros y en los demás.
Debemos recordar que
en la vida hay épocas de vacas flacas, de privaciones, de sacrificios y donde
se ponen a prueba nuestras concepciones sobre las bondades de la vida. Algunos
no las resisten y prefieren escudarse en el suicidio. Otros, las toleran y
comienzan a buscar las nuevas motivaciones que las enfrenten para dominarlas.
Pensar que sólo hay
momentos felices es un gran error y aspirar a la realización de todos nuestros
deseos es más bien de ilusos. Dicha y desgracia son dos caras de la misma
moneda. La sabiduría señala que los seres humanos que reciben el placer como el
dolor sin inmutarse son más felices que los que se dejan alterar por su
presencia. Siempre al día seguirá la noche, y en la noche, bien podemos
sentarnos a esperar que llegue el día… si evitamos la desesperación que causan
las tinieblas. Y si a la enfermedad mortal sigue la muerte es preferible la
herida profunda que ésta causa y no la sangrante y permanente que es ver a
quien amamos en un estado deplorable ante el cual nos sentimos impotentes.
Desde mañana estarán los títulos de mis libros en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Allá nos vemos...
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