Las lecciones que el dolor imparte.




Para el ser humano es difícil aceptar los cambios que la vida le impone. Basta con observar algunas mujeres que se resisten a colocarse los anteojos que le son formulados para leer porque dizque les disminuyen su belleza. Su vanidad no les deja comprender que negarse a su uso habitual aumentará la miopía y con el tiempo podría venir la ceguera. Y ciegas no verían la vanidad ajena ni el color de ojos que las miren.  
En algunas ocasiones, cuando nos miramos en el espejo nos damos cuenta que la piel del rostro no tiene la lozanía de los quince años y esa realidad termina por deprimirnos cuando le damos tantas vueltas en la cabeza sin poder comprender lo inexorable del tiempo. Somos seres que crecemos, pero que también el tiempo disminuye con sutil caricia.
Resulta más arduo aún reconocer que debemos tomar decisiones que de no hacerlo pueden causarnos la muerte. Al paciente a quien los médicos le recomiendan la amputación de las piernas a cambio de seguir con vida le es sumamente difícil la aceptación de su nuevo estado. La respuesta inmediata, cuando nos vemos abocados a estas realidades nefastas, es el resentimiento y la ira que él dolor de la pérdida de los miembros produce. Y para los familiares y personas que aman verdaderamente a esa persona la noticia les cae como mortal espada en el corazón.
Aceptar el hecho de que vamos envejeciendo o de que somos vulnerables no lo concebimos  con la facilidad con que descubrimos la utilidad de las verdades lógicas o la enseñanza que deja la lectura atenta de la historia de la cultura. Estos hechos que atañen directamente a nuestra integridad y que la comprometen seriamente nos amilanan y dejan en nosotros profundas huellas de dolor.
Si queremos evitarnos mayores males es conveniente aceptar las lecciones que el dolor imparte. Si las aprendemos conseguiremos la paz que anhelamos en momentos en que todo parece derrumbarse en el interior de nuestro ser. Jamás debemos olvidar que la vida está tejida de lágrimas y risas. Y si hacemos un inventario riguroso nos daremos cuenta que son más las causas de insatisfacción que las de júbilo. Pero no por este resultado debemos sentirnos pesimistas. Las pérdidas irreparables generan tristeza y la tristeza exige la valentía para encararla o de lo contrario atraerá la muerte con mayor celeridad.
Cuando nos sobreviene una enfermedad mortal tenemos la obligación de convivir con ella y una buena disposición del ánimo es mejor medicina que los fármacos que nos formulan. Negarnos a aceptar nuestra nueva condición empeora la salud y causa en las personas que nos aman mayor dolor ante nuestra apariencia deprimida. Una vez que nos aceptamos el cambio que se opera es indescriptible y  la vida recobra su curso normal. Cuanto más nos resistimos mayor es la intensidad del dolor en nosotros y en los demás.                     
Debemos recordar que en la vida hay épocas de vacas flacas, de privaciones, de sacrificios y donde se ponen a prueba nuestras concepciones sobre las bondades de la vida. Algunos no las resisten y prefieren escudarse en el suicidio. Otros, las toleran y comienzan a buscar las nuevas motivaciones que las enfrenten para dominarlas.
Pensar que sólo hay momentos felices es un gran error y aspirar a la realización de todos nuestros deseos es más bien de ilusos. Dicha y desgracia son dos caras de la misma moneda. La sabiduría señala que los seres humanos que reciben el placer como el dolor sin inmutarse son más felices que los que se dejan alterar por su presencia. Siempre al día seguirá la noche, y en la noche, bien podemos sentarnos a esperar que llegue el día… si evitamos la desesperación que causan las tinieblas. Y si a la enfermedad mortal sigue la muerte es preferible la herida profunda que ésta causa y no la sangrante y permanente que es ver a quien amamos en un estado deplorable ante el cual nos sentimos impotentes.   

Desde mañana estarán los títulos de mis libros en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Allá nos vemos...               

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