El placer de vivir.

El ser humano tiene entre sus pretensiones principales la vida placentera. Siempre aparece como más atractivo el placer que el dolor. Pero cuando el placer se transforma en la única motivación de nuestras vidas caemos en las profundidades del egoísmo. Las fuentes de donde surge el placer son diversas. Pero para no confundirnos las reduciremos a dos: La satisfacción de las necesidades del cuerpo y las sensaciones y percepciones que origina la realización de nuestros proyectos. La  primera no necesita mayor explicación y basta para conseguir la satisfacción darle gusto al cuerpo y dejar que los sentidos nos lo comuniquen. Una buena cena produce un gozo, pero momentáneo. Luego de unas horas volvemos a sentir hambre.
En cambio la satisfacción que produce el deber cumplido, donde la voluntad ha tenido que esforzarse y la inteligencia ha sido probada, deja en el espíritu humano una dicha más duradera. Además, lo que se obtiene sin esfuerzo y sin arriesgar nada poco lo valoramos. Y cuando damos mucha importancia a un deseo y luego, de muchos trabajos penosos, no conseguimos lo anhelado sentimos los estiletes del desengaño o el fracaso que nos desgarran.
Grave error resulta tomar el placer como gran objetivo de la existencia humana y reducirlo sólo al plano de la materialidad. El resultado de la satisfacción de las necesidades biológicas fundamentales es pretensión que no supera el instinto. Recordemos que para el hedonismo como doctrina ética solamente es moralmente bueno aquello que conduzca al placer.  Para el hedonismo, al estilo de Epicuro, sólo existe un bien que se denomina placer y el único mal que admite es el dolor. Otras variantes de la doctrina que nos ocupa como el utilitarismo o el sensualismo resultan contraproducentes para quienes reconocemos las bondades espirituales de los seres humanos.  
El hedonismo y las escuelas que de él se desprendieron desconocen que el ser humano tiene otras motivaciones que son de orden espiritual y que la actitud que asumamos para resolverlas produce alegrías más nobles y duraderas. La buena disposición que acompaña a ciertas acciones y conductas humanas traslada de inmediato a los campos de la axiología o mundo de los valores. Entre ellos podemos mencionar la lealtad, la sinceridad, la honestidad, la laboriosidad, la solidaridad, y tantos otros que sin ellos la vida humana carecería de sentido. Si los clasificamos hallaremos valores religiosos, políticos, económicos, artísticos y humanos. 
Si nos detenemos en el análisis de la vida humana nos daremos cuenta que hay muchas personas que persiguen nobles ideales y que son capaces, en aras de conquistarlos, de renunciar a los placeres momentáneos para conseguirlos. Ninguno de nosotros se atrevería a negar el altruismo y el sacrificio a los que conducen la decisión voluntaria de héroes y heroínas de la vida diaria. Esas motivaciones interiores y espirituales evidencian el hecho de tantas conductas dignas de emular y que hacen de quienes las practican personas valiosas para la comunidad a la cual pertenecen. Ellas son conscientes de que sus actos repercuten sobre sus familias y grupos humanos y experimentan la dicha del servicio. Todo lo anterior nos deja ante la necesidad de comunicación e interacción que necesitamos para ser felices. Felicidad que no podremos conseguir si tenemos una intención mezquina y sólo le damos importancia a la materialidad del mundo. Tal vez esa aspiración de gozo inefable este más allá de esta vida, pero debemos trabajar unidos, para que desde  este mundo, comencemos a experimentarlo.  
Nietzsche, en un arrebato poético, así lo expresó:
“El mundo es profundo.
Y profundo es su dolor.
Pero más hondo que la pena, es el placer.
¡Pasa!, dice el dolor,
Porque el placer quiere eternidad,
Una profunda eternidad.”    
               
  
                                 

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