El placer de vivir.

En cambio la
satisfacción que produce el deber cumplido, donde la voluntad ha tenido que
esforzarse y la inteligencia ha sido probada, deja en el espíritu humano una
dicha más duradera. Además, lo que se obtiene sin esfuerzo y sin arriesgar nada
poco lo valoramos. Y cuando damos mucha importancia a un deseo y luego, de
muchos trabajos penosos, no conseguimos lo anhelado sentimos los estiletes del
desengaño o el fracaso que nos desgarran.
Grave error resulta
tomar el placer como gran objetivo de la existencia humana y reducirlo sólo al
plano de la materialidad. El resultado de la satisfacción de las necesidades
biológicas fundamentales es pretensión que no supera el instinto. Recordemos
que para el hedonismo como doctrina ética solamente es moralmente bueno aquello
que conduzca al placer. Para el hedonismo,
al estilo de Epicuro, sólo existe un bien que se denomina placer y el único mal
que admite es el dolor. Otras variantes de la doctrina que nos ocupa como el
utilitarismo o el sensualismo resultan contraproducentes para quienes
reconocemos las bondades espirituales de los seres humanos.
El hedonismo y las
escuelas que de él se desprendieron desconocen que el ser humano tiene otras
motivaciones que son de orden espiritual y que la actitud que asumamos para
resolverlas produce alegrías más nobles y duraderas. La buena disposición que
acompaña a ciertas acciones y conductas humanas traslada de inmediato a los
campos de la axiología o mundo de los valores. Entre ellos podemos mencionar la
lealtad, la sinceridad, la honestidad, la laboriosidad, la solidaridad, y
tantos otros que sin ellos la vida humana carecería de sentido. Si los
clasificamos hallaremos valores religiosos, políticos, económicos, artísticos y
humanos.
Si nos detenemos en
el análisis de la vida humana nos daremos cuenta que hay muchas personas que
persiguen nobles ideales y que son capaces, en aras de conquistarlos, de renunciar
a los placeres momentáneos para conseguirlos. Ninguno de nosotros se atrevería
a negar el altruismo y el sacrificio a los que conducen la decisión voluntaria de
héroes y heroínas de la vida diaria. Esas motivaciones interiores y
espirituales evidencian el hecho de tantas conductas dignas de emular y que
hacen de quienes las practican personas valiosas para la comunidad a la cual
pertenecen. Ellas son conscientes de que sus actos repercuten sobre sus
familias y grupos humanos y experimentan la dicha del servicio. Todo lo
anterior nos deja ante la necesidad de comunicación e interacción que
necesitamos para ser felices. Felicidad que no podremos conseguir si tenemos
una intención mezquina y sólo le damos importancia a la materialidad del mundo.
Tal vez esa aspiración de gozo inefable este más allá de esta vida, pero
debemos trabajar unidos, para que desde este mundo, comencemos a experimentarlo.
Nietzsche, en un arrebato
poético, así lo expresó:
“El mundo es
profundo.
Y profundo es su
dolor.
Pero más hondo que la
pena, es el placer.
¡Pasa!, dice el
dolor,
Porque el placer
quiere eternidad,
Una profunda
eternidad.”
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