Acerca de la personalidad humana.




El concepto de persona y su afín personalidad es una lenta elaboración de varios pueblos. Entre los griegos, y en referencia a la definición etimológica, su prósopon, tenía una connotación que se fundamentaba en los rasgos propios y exclusivos que definían la moral individual.
Para los romanos, la palabra se derivó del latín per-sonare que significa resonar, o hablar a través de y por eso la asociaron con las máscaras que los comediantes utilizaban no sólo para representar un personaje sino para subir el volumen de la voz ante la ausencia de amplificadores eléctricos. Así los juristas romanos la adoptaron para crear la figura de la persona jurídica, que al igual que la natural goza de derechos pero también asume la responsabilidad de las acciones que sus agentes realizan en su nombre. Con el paso de los días la cultura occidental designó con el concepto persona la fisonomía física, moral e intelectual del ser humano y, con el advenimiento de la psicología, de persona se derivó personalidad con similar sentido. 
En el transcurso de la vida, al igual que los conceptos, cada individuo construye de manera lenta su máscara o personalidad que hacen de cada ser humano una realidad única e irrepetible. Los materiales que utiliza para su elaboración tienen fuentes diversas. La primera la constituye la herencia biológica donde padre y madre le aportan con los 23 cromosomas de cada uno las características genéticas y físicas que le darán al rostro y al cuerpo su especial apariencia. Posteriormente la educación comenzará a moldearle a imagen y semejanza de la comunidad y le inculcará normas de etiqueta y valores religiosos y políticos que lo convertirán en un ciudadano digno y fiel representante de esa sociedad humana en la cual se halla inserto, vale decir, le darán una nacionalidad. Es consecuencia de esta socialización como cada quien se persuade de las ventajas de la bondad y las amenazas de la maldad del ambiente que lo rodea y donde va creciendo. Pero paralelamente se hacen evidentes los frutos de la libertad y autonomía internas y cada ser humano irá tomando estos materiales para hacer su propia mezcla y así darle color y forma a su imagen, a su personalidad.
En la familia, nuestros padres, y en la escuela, nuestros maestros, nos impusieron la misión de ser personas útiles a la sociedad y por eso estudiamos y nos capacitamos para desempeñar una profesión u oficio que permita, como dice el pueblo, ganarnos la vida.
Pero para llegar a ser alguien no basta con tener una buena educación sino se desarrollan unas capacidades, valores y actitudes que aseguren un excelente desempeño laboral, social y personal. Cuando estos tres elementos no crecen en forma armónica se presenta la incoherencia y por eso la experiencia diaria nos muestra personas intransigentes y exigentes con los demás pero no consigo mismas. Son injustas y se convierten en verdugos de aquellos que tienen la desgracia de acercárseles, bien sea por afecto o por necesidad. Si alguien les reprocha su forma de proceder dicen en un tono que no puede disimular su agresividad: “Conmigo no se meta, yo soy así.”
Los seres humanos no podemos vivir sin que otros influyan en nosotros y sin que también los demás reciban nuestras influencias. Somos como piedras que caen en el lago de la vida cuyas ondas concéntricas chocan y se mezclan. No hay persona que no pueda cambiar sus ideas y actitudes cuando resultan equivocadas y las personas que la rodean y los análisis propios lo confirman. Es de personas inteligentes y maduras ejecutar los cambios, que la personalidad requiera para hacerla más atractiva, con celeridad y buena disposición. Si nos oponemos y nos resistimos a esas mutaciones seguramente que los demás nos condenarán a la soledad de los avaros y al desprecio de los que no aceptan las normas para convivir en paz y así trabajar todos unidos para conseguir el progreso colectivo. Nuestro ser se hizo para la compañía, el amor, el trabajo y la felicidad, pero sin la buena disposición marcharemos hacia el fracaso y la desventura.     


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