Interrogarnos debe ser una costumbre.

Cuando observo a las personas que van por la calle me doy cuenta que son muchas las que llevan demasiada prisa. Mas cuando a una de ellas le pregunto que hacia dónde se dirige suelen titubear al darme una respuesta. Este hecho demuestra que no saben su objetivo o que no se creen capaces de conseguirlo. En sus palabras hay inseguridad y en sus acciones ligereza.
Aunque como seres humanos estamos inclinados al error, si tuviéramos la sana costumbre de interrogarnos evitaríamos equivocarnos tanto. De nada sirve establecer metas si fallamos en el diseño de las estrategias para conseguirlas. O al intentar ir hacia ellas equivocamos el camino. El fracaso comienza cuando no hacemos la pregunta correcta o no sabemos la respuesta.
Saber interrogarnos es todo un arte y dar la respuesta acertada es demostración de gran sabiduría. Tomemos la pregunta: ¿Qué deseo yo de la vida?
Lo primero que advierto es que la formulación de esta interrogante disminuye la extensión de mis deseos y facilita la comprensión de la misión o vocación que busco para mi existencia. Definir metas no sólo indica hacia dónde nos dirigimos sino que también es una manera de evaluar si tenemos la preparación y la constancia para conseguirlas.
La vida como la guerra es asunto delicado y quien no toma en serio su existencia corre el riesgo de vivir en la desgracia. Que nadie se embarque en la vida o en la guerra sin la debida preparación porque el fracaso será rotundo.  Y esto mismo debemos aplicar a todos los proyectos humanos si deseamos salir victoriosos.
Sin interrogarnos dejamos la vida en manos del azar y las probabilidades de triunfo son escasas.  No basta con llegar a un destino planeado con anterioridad si no tenemos la certeza de saber obrar correctamente en ese lugar. Es como quien llega a una gran metrópoli pero tal es su ignorancia que no puede moverse porque el temor a perderse no le permite caminar.
La pregunta también me señala un concepto que puede servir de faro o fundamento de lo que deseo obtener de la vida. Si todos los días reflexiono sobre esa idea con el tiempo comenzará a ser evidente y al conseguirlo se transformará en fuente de energía para alimentar la perseverancia necesaria para conseguir cualquier meta.
Para nadie es un secreto que la vida tiene épocas difíciles y sólo la claridad en los objetivos puede evitar el desgano que produce la presencia de los obstáculos. 
Si en verdad nos hemos preparado podremos hallar de manera rápida, sencilla y precisa la solución que los problemas requieran. El estudio, además de vencer la ignorancia, nos da las llaves del futuro próspero.
Pero que esa prosperidad no sea la exclusiva posesión del dinero porque éste no es un fin de la existencia sino un medio de pago en el mundo de los negocios. Grave equivocación sería hacer girar la vida nuestra y ajena en torno a la codicia. Aferrarse a la noción de la felicidad a costa de dinero es un espejismo peligroso.
Richard Bach en su libro The Bridge Across Forever expresó: “Manejar grandes cantidades de dinero es como manejar una espada de vidrio, con la hoja por delante. Lo mejor que puede hacer, señor, es usarla con mucho cuidado, muy despacio, mientras trata de descubrir para que sirve.” 
La posesión de la riqueza no asegura la dicha porque el gozo del espíritu no se halla en la vida material sino en la sabia aspiración a los ideales nobles y sublimes. Con el paso y peso de los años comprenderemos que la felicidad es la consecuencia de una existencia humana con propósito y sentido. El propósito ha de ser el servicio a nuestros hermanos y el sentido, el encuentro definitivo con Dios.  
Así entenderemos que en la alegría del triunfo pasajero no se nos debe olvidar que la muerte agazapada nos espera al final o en un recodo del camino. 
                

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