"El Árbol del Valle Silente" Una fábula que deberías leer con atención...
En el corazón
de un valle escondido, donde los susurros del viento se entrelazaban con los
cantos del agua, crecía un árbol distinto a todos los demás. Lo llamaban Yaravi,
y su existencia era testimonio de los afectos verdaderos, las lealtades
frágiles y las almas que aman en silencio.
Un día, el Sol
—viejo sabio del cielo— posó su mirada sobre Yaravi y le dijo:
—Tú que
albergas tantas vidas en tus brazos, ¿entiendes de verdad a quienes viven
contigo?
Yaravi, con voz
de madera antigua, respondió:
—Los conozco
por su esencia. Hay quienes florecen solo para ser vistos. Otros se desprenden
cuando llega la tormenta. Algunos resisten… hasta que el tiempo los quiebra.
Pero hay quienes no se ven… y sin embargo, me sostienen. Esos son mi raíz.
Así comenzó
la historia...
La flor de Narcisa
Entre las ramas
de Yaravi, emergía cada primavera una flor llamada Narcisa. De pétalos
púrpura y aroma embriagante, conquistaba las miradas del valle. Los animales se
detenían a admirarla, los niños la dibujaban en sus cuadernos, y el viento la
mecía como si no hubiera otra más bella.
—¡Mírenme!
—decía con vanidad— ¿No soy acaso la joya de este árbol?
Pero cuando el
clima se tornaba gris y la bruma cubría el valle, Narcisa cerraba sus pétalos.
Si no había luz, si no había aplausos, ella simplemente desaparecía.
Yaravi la
observaba con ternura. No la juzgaba, pero sabía que su belleza era prestada. Era flor… solo flor.
Las hojas de Desvanece
Más arriba,
ondeaban las hojas de Desvanece. Ligeras como sus promesas, verdes como la
esperanza temprana. Cuando Yaravi enfermó una vez —sus raíces atacadas por
hormigas— las hojas sintieron el temblor en su corteza.
—¡Esto se
hunde! —gritaron.
Y sin mirar
atrás, se soltaron del árbol. El viento las llevó lejos, y nunca más volvieron.
Yaravi suspiró.
Comprendió que no todos los que parecen parte de ti… desean serlo cuando llega
el dolor.
Las ramas de Tenaz
En sus brazos
más robustos vivían las ramas de Tenaz. Fieles al principio, resistieron
varias estaciones, sostuvieron nidos, soportaron lluvias. Cuando Yaravi fue
golpeado por una tormenta de granizo, las ramas aguantaron el impacto.
—Estamos contigo
—prometieron—. No te dejaremos caer.
Pero tras
semanas sin sol y con vientos que gemían por las noches, una a una comenzaron a
desprenderse. No por odio, sino por cansancio. Se marcharon como quien deja
algo amado por miedo a quebrarse.
Yaravi las entendió.
No todos pueden quedarse cuando la oscuridad se alarga.
La raíz llamada Silencio
Bajo tierra,
lejos de los aplausos, vivía Silencio, su raíz más profunda. Nadie la
veía, nadie le decía “gracias”. Pero cuando Yaravi temblaba, cuando las plagas
mordían su alma, Silencio trabajaba sin cesar. Se aferraba a la roca, pedía
fuerza a la tierra, y enviaba al árbol lo que necesitaba para vivir.
Un día, el Sol
volvió a hablar:
—¿Quién te
salvó cuando nadie estaba?
Yaravi
respondió:
—Una voz sin
nombre, una presencia sin rostro. Silencio. Mi raíz.
Entonces el Sol
lloró. No lágrimas de tristeza, sino de gratitud. Sus rayos tocaron la tierra,
y por primera vez… Silencio floreció. Brotó una flor humilde, escondida, que no
brillaba como Narcisa, pero llenaba de paz a todo el valle.
Los animales la
llamaron Raíz del alma.
El mensaje del agua
El río cercano
escuchó esta historia y, con voz líquida, llevó el mensaje por todo el valle:
—No te confíes
en las flores que buscan luz, ni en las hojas que el viento reclama. No te
aferres solo a las ramas que prometen firmeza. Busca en tu vida las raíces: silenciosas, profundas,
verdaderas.
Epílogo
Yaravi sigue en
pie. Ha perdido flores, hojas y ramas… pero nunca ha perdido a Silencio. Cada
persona que pasa por el valle aprende de su forma de amar, y cada niño que nace
en las aldeas cercanas escucha esta fábula.
Porque la
verdadera belleza no está en lo que se ve… sino en lo que sostiene.

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