Las Piedras del Colibrí - Fábula
Bienvenidos a esta emotiva presentación de “Fábulas
que Enseñan a vivir”, una obra de Efraín Gutiérrez Zambrano que invita a
reflexionar, educar y transformar el corazón desde la palabra sencilla, tierna
y poderosa. Cada fábula aquí contenida no solo entretiene: enseña. Y lo hace
apelando a lo más profundo de la imaginación y la ética.
¿Qué hace especial a este libro?
- 💬 Valores Universales: Cada
historia está construida alrededor de un principio vital: justicia,
gratitud, hospitalidad, reflexión, sabiduría, respeto, generosidad,
comunicación, y más.
- 🐾 Personajes entrañables: Animales
como osos, tortugas, loros y zorros, que con sus acciones y aprendizajes
reflejan nuestras propias vivencias humanas.
- 🎓 Enseñanza práctica: Perfecto
para padres, docentes, orientadores o cualquier persona que desee inculcar
valores sin recurrir a lecciones rígidas.
- 🧠 Reflexión
sin sermón: Cada fábula plantea dilemas cotidianos con
soluciones sabias, y con moralejas que resuenan mucho después de haber
cerrado la página.
Las Piedras del Colibrí
En el corazón de un bosque olvidado, donde el eco
parecía tener miedo de repetirse, vivía un colibrí llamado Azel. No era el más
rápido ni el más brillante, pero tenía una obsesión peculiar: quería ver la
cima del Monte Aderno, una montaña que ni las águilas se atrevían a escalar.
Cada año, los jóvenes del bosque se reunían para
escuchar cuentos sobre el Monte. Decían que en su cúspide vivía la Luz Primera:
una energía tan pura que podía transformar a quien la viera. Pero también
decían que era inalcanzable.
Azel no lo creía. No por terquedad, sino porque
sentía —muy dentro— que aquel llamado no era casual.
El camino imposible
Una mañana templada, Azel se despidió de su nido y
emprendió el ascenso. Voló bajo, luego a ras de tierra, luego reptó entre
piedras. El monte no ofrecía senderos; sólo espinas, niebla, viento y silencio.
En el primer recodo, una ardilla lo observó con
lástima:
—¿Tú? ¿Un colibrí queriendo subir el Aderno? No
durarás ni tres días.
Azel sonrió con el pico:
—No vine a durar. Vine a continuar.
Cada día, el colibrí dejaba una piedra marcada con
su nombre. Era su manera de medir el avance. No con velocidad, sino con
memoria.
Los años que parecen derrota
Pasaron estaciones. Luego años. Nadie hablaba ya de
Azel. Los nuevos jóvenes pensaban que su historia era una invención más. “Un
colibrí no escala montañas”, decían.
Pero las piedras seguían acumulándose. En cada
marca, había rasgos de lucha: sangre, plumas perdidas, grietas por el frío. A
veces el viento las cubría, pero Azel regresaba y las limpiaba.
No buscaba gloria. Buscaba verdad.
El encuentro con los que desistieron
A mitad del monte, Azel encontró un claro donde
yacían animales que lo intentaron antes. Un viejo lobo, una cierva herida, un
búho ciego.
—¿Cómo sigues adelante, pequeño? —preguntó el búho—.
Aquí todos entendimos que no hay cima.
Azel se quedó pensativo. Luego sacó un fruto que
había guardado meses y lo compartió.
—Tal vez nunca la vea. Pero cada día soy más capaz
de verla. Y eso ya me transforma.
El invierno de la casi rendición
Una noche de hielo y furia, Azel casi no despierta.
La nieve cubría su última piedra. Su cuerpo ya no era ligero. Su aliento
parecía humo.
Entonces, desde abajo del monte, una voz surgió. Era
un grupo de jóvenes del bosque. Habían seguido sus piedras como señales.
—¡Azel! ¡Tu camino es real!
El colibrí, débil, lloró. No porque lo recordaran.
Sino porque las piedras que dejó no eran suyas: eran de todos.
El ascenso final
Con ayuda de los jóvenes, Azel llegó a la cima. No
volando. Lo cargaron, lo impulsaron, lo siguieron. Cuando llegaron, no hubo
truenos, ni rayos, ni dioses escondidos.
Sólo silencio. Y una luz suave.
Todos se miraron confundidos. Azel, en cambio,
sonrió.
—La Luz Primera no era algo que se contempla. Sino
algo que se comparte.
El regreso transformado
Azel volvió al bosque como uno más. No como héroe.
No como profeta. Pero los jóvenes lo miraban como si hubiera hecho magia.
—¿Cómo lo lograste? —le preguntó uno.
—Todos pueden hacerlo —respondió—. Pero no todos
aceptan que el milagro no está en alcanzar, sino en insistir. Y que cada piedra
deja una pista que alguien más podrá seguir.
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