El desprecio de Miguel Polo Polo
Memoria
pisoteada: el desprecio de Miguel Polo Polo ante las víctimas de los falsos
positivos
Por Efraín Gutiérrez Zambrano
El pasado 10 de octubre de 2025, en una escena
que mezcla dolor, dignidad y provocación, las Madres Víctimas de Falsos
Positivos (MAFAPO) se reunieron frente a la Corte Suprema de Justicia para
exigir respeto, justicia y memoria. Lo hicieron en el marco de la indagatoria
que debía rendir el representante Miguel Polo Polo, investigado por presunto
delito de discriminación. La cita judicial no fue solo un trámite legal: fue un
encuentro entre la verdad y la negación, entre el duelo y la arrogancia, entre la
memoria y el desprecio.
Las madres instalaron una intervención
artística compuesta por botas militares, cada una representando a uno de los
6.402 jóvenes asesinados por el Ejército Nacional en el marco de las
ejecuciones extrajudiciales conocidas como “falsos positivos”. Estas muertes,
que ocurrieron entre 2002 y 2008, fueron presentadas como bajas en combate para
inflar estadísticas oficiales. Los jóvenes, en su mayoría de origen humilde,
fueron engañados, trasladados a zonas de conflicto y ejecutados por agentes del
Estado.
Jackeline Castillo, líder de MAFAPO, lo
expresó con claridad: “Saber que fue el Ejército quien asesinó a los jóvenes
que estaban para cuidar la vida de los ciudadanos, no podemos permitir que esto
se quede en el olvido”. Su voz, cargada de dolor y convicción, contrasta
con la actitud del congresista investigado.
La
provocación como estrategia
Miguel Polo Polo no llegó a la Corte con
humildad ni con disposición al diálogo. Llegó con seguidores, con cámaras, con
discursos incendiarios. En sus redes sociales, reafirmó su postura
negacionista: “Seguiremos botando a la basura las mentiras y las narrativas
politizadas de la izquierda”. Pero lo más grave ocurrió en una plenaria del
Congreso, cuando lanzó un desafío que ofendió profundamente a las víctimas: “Dejen
la indignación, simplemente muestren los nombres. Los reto a que muestren la
lista de los 6.402 botas, de los supuestos falsos positivos; sí me los muestran
ahora, me retracto. Si no, seguiré quitando botas de la Plaza Núñez”.
Estas palabras no son solo una opinión
política. Son una forma de violencia simbólica. Son una negación del dolor, una
burla a la memoria, una afrenta a la dignidad de miles de familias que aún
esperan justicia. Y cuando provienen de un representante del Estado, se
convierten en una vergüenza institucional.
La pregunta que debemos hacernos como colombianos
es: ¿Cómo puede ser que este vulgar e inhumano haga las leyes? ¿Cómo es posible
que un congresista que desprecia el dolor de las víctimas, que se ausenta de
sus deberes legislativos, que convierte su curul en una plataforma de
provocación, siga recibiendo un salario mensual de más de 50 millones de pesos
sin consecuencias?
El Congreso colombiano, ya golpeado por
escándalos de corrupción, ausentismo y clientelismo, no puede seguir tolerando
este tipo de comportamientos sin erosionar aún más su legitimidad. La figura
del representante a la Cámara no es un micrófono para el odio ni una tarima
para el espectáculo. Es, o debería ser, un espacio de representación, de
escucha, de construcción democrática.
Cuando un congresista utiliza su poder para
burlarse del dolor ajeno, para desacreditar procesos de memoria histórica, para
alimentar la polarización, no solo traiciona su mandato: traiciona al país. Y
cuando el Congreso guarda silencio ante estos actos, se convierte en cómplice
por omisión.
El proceso
judicial en curso
La Sala de Instrucción de la Corte Suprema de
Justicia citó a Polo Polo a indagatoria por el presunto delito de
discriminación. El proceso se originó por sus publicaciones en redes sociales y
sus actos públicos que desestimaron la existencia de los falsos positivos y
ridiculizaron las intervenciones simbólicas de las víctimas.
La Corte ya ha rechazado una solicitud de
nulidad presentada por su defensa, y el juicio por hostigamiento agravado sigue
en firme. Además, el congresista acumula al menos cinco investigaciones en el
alto tribunal, por delitos como injuria, calumnia y discriminación.
¿Dónde está
el Congreso? ¿Dónde está la ética?
La actitud de Polo Polo no solo ofende a las
víctimas: ofende a la democracia. Un congresista que niega crímenes de Estado,
que se ausenta de sus funciones legislativas, que convierte el dolor en
espectáculo, no debería seguir ocupando una curul sin consecuencias. Como lo ha
denunciado la senadora Esmeralda Hernández, el representante se ausentó de 317
de las 505 votaciones en plenaria durante el periodo 2024–2025, y ha faltado a
72 sesiones en total.
¿Dónde está el tribunal de ética del Congreso?
¿Dónde está el mínimo decoro institucional? ¿Cómo puede ser que alguien que
desprecia la memoria de las víctimas sea quien redacte las leyes?
La memoria
no se negocia
Las botas que las madres colocaron frente a la
Corte no son objetos decorativos. Son símbolos de vidas truncadas, de sueños
rotos, de verdades incómodas. Quitarlas, como lo ha hecho Polo Polo en actos
públicos, no borra la historia. Solo la pisotea.
La memoria no es una narrativa politizada. Es
una herramienta de justicia. Es un acto de resistencia. Es el derecho de las
víctimas a ser escuchadas, reconocidas y reparadas.
Que la
justicia no se arrodille
El caso de Miguel Polo Polo es más que una
controversia política. Es una prueba para la justicia colombiana. Es una
oportunidad para demostrar que la dignidad de las víctimas está por encima de
la arrogancia de los poderosos. Es un llamado a que el Congreso recupere su
sentido ético. Y es, sobre todo, una exigencia de que la memoria no sea
pisoteada por quienes deberían protegerla.
Porque si el país permite que se burlen de sus
muertos, ¿qué esperanza queda para los vivos?
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por su comentario