Oración del día
13 de enero de 2025
Señor:
Mi corazón se regocija en este nuevo amanecer. Tú eres mi Dios, en quien confío. Muchas veces, nuestra envidia es mayor que nuestro afán de conocer y amarte. Siempre se envidia lo que no se tiene y con lo que se posee se humilla a quien carece de ese bien. Pero como a la envidia la corteja la avaricia cada día se desean más cosas que terminan por hacernos caer en el abismo y nos olvidamos de tu Evangelio. Nos aferramos a lo efímero sin percatarnos que la muerte es la deuda que pagamos pronto, aún en contravía de nuestra voluntad. Nadie puede evitarla así tenga tesoros para comprar la vida terrena. Nadie puede agregar un día a su existencia si ese privilegio no se lo concede el Padre. Con justa razón dice la escritura: "Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás" (Eclo. 7,40). Sabia sentencia, consejo práctico para quienes en realidad buscan a Dios y no se dejan confundir con las comodidades de este mundo de apariencias. Esta sentencia nos sitúa en lo real, nos libera de ilusiones y vanos pedestales que persiguen la propia alabanza, los intereses egoístas, el frenesí de la locura del deseo insatisfecho y que somete a la esclavitud de las cosas.
Esta sentencia nos sitúa en lo real y desenmascara
esas pretensiones de la ignorancia que llevan a equivocaciones nefastas acerca
del verdadero destino del ser humano. Cuando sabemos cuál es nuestro destino
descubrimos la dignidad de hijos de Dios y nos vinculamos con nuestros
semejantes en el amor fraterno. Esta verdad nos aleja del utilitarismo
degradante y nos señala el Santo temor de Dios como fin próximo. El Santo temor
de morir y permanecer para siempre alejados de Dios por nuestra propia voluntad,
por negarnos a aceptar su plan de salvación y así evitar la muerte, es decir,
por evadir el llamamiento a la vida eterna.
Sólo Tú, Señor, puedes dar la paz y la felicidad
que el alma anhela y para conseguirlas debemos, aquí en la tierra, cumplir tu
voluntad. Así evitaremos caer en los parajes de la maldad. Pidamos a Señor, en
este día, que nos conceda el Santo temor y sobre todo el amor al Padre eterno y
a nuestros semejantes para poder decir con labios puros: Padre nuestro,
líbranos de todo mal. Amén.
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