Oración del día
16 de
enero de 2025
Gracias
por estos momentos de vida que me das para reflexionar y alabarte. Hoy deseo que me instruyas.
La
susceptibilidad es una fuente de sufrimiento muy presente en el fondo de cada
uno de nosotros. No es fácil aceptar la silla incómoda, la casa sin pintar o
con el pasillo diferente a lo que nos gusta. Cuando somos susceptibles nos dejamos
llevar por esta sensación de arrogancia y todo lo vemos de forma distorsionada.
Cualquier cosa nos ofende por no estar de acuerdo con nuestra óptica, tenemos
la impresión de que todo el mundo nos trata mal, se burlan de nosotros al
hablar o son desconsiderados al mirarnos. Con mucha facilidad acusamos a
nuestros familiares o compañeros de trabajo de tener malas intenciones en sus
corazones. No aceptamos la imperfección ajena. Tampoco la comida que Dios nos
da porque no tiene la sazón nuestra. Esto sucede porque nos sentimos superiores
y toda gira en torno a nuestro importante «yo», por tal motivo somos incapaces
de reconocer el valor de los que nos rodean, y como consecuencia les doy un
lugar equivocado; no soy agradecido con ellos. ¡Qué cuadro más patético el de
la persona que se cree que flota! Este triste estado constituye un serio
obstáculo en las relaciones humanas porque fácilmente se pasa a la humillación
del débil. Con este proceder se pierde la armonía interior y se rompe la
colectiva. Se ven muchas caras tristes en las personas complicadas y distantes.
debido a la susceptibilidad que los encumbra. Necesitamos aprender qué
significa la paciencia y el perdón. "Perdonándoos unos a otros si alguno
tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también
hacedlo vosotros" (Colosenses 3:13). Sólo hay un medio para curarnos de
este peligroso estado de arrogancia: vivir plenamente el Evangelio, es decir,
no sólo creer que Cristo murió por mí, sino también aceptar que estoy
crucificado con él junto con todo mi orgullo y egoísmo. Así mi susceptibilidad
sólo tiene un lugar: la cruz de Cristo. Os ruego que andéis como es digno de la
vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre,
soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor. (Efesios 4:1-2)
Si
seguimos el espíritu del Evangelio aprenderemos la humildad de nuestro Salvador
y nuestra vida no tendrá otro honor o motivo de orgullo que obrar como Cristo.
Consideremos al modelo perfecto de humildad y abnegación. Nuestro Salvador nos
dice: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mateo
11:29). Aceptemos su invitación en este día y obremos con humildad. Amén.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por su comentario